Vv. 1, 2. Todos los hijos de Jacob estaban vivos. Su llamado que los hizo reunirse fue un precepto
para que ellos se unieran en amor y no se mezclaran con los egipcios; y predijo que no iban a
separarse como lo hicieran los hijos de Abraham y de Isaac, sino que todos debían formar un solo
pueblo. —No vamos a considerar este discurso como expresión de sentimientos particulares de
afecto, resentimiento o parcialidad, sino como lenguaje del Espíritu Santo que declara el propósito
de Dios respecto del carácter, las circunstancias y la situación de las tribus que descendían de los
hijos de Jacob y que puede identificarse en sus historias.
Vv. 3—7. Rubén fue el primogénito pero por gran pecado perdió su primogenitura. El carácter
de Rubén era inestable como el agua. Los hombres no prosperan porque no se establecen. El pecado
de Rubén dejó una infamia perdurable en su familia. Nunca hagamos mal y, entonces, no temeremos
que nos hablen al respecto. —Simeón y Leví eran apasionados y vengativos. El asesinato de los
siquemitas es una prueba. Jacob protestó contra ese acto bárbaro. Nuestra alma es nuestro honor; por
sus capacidades somos distinguidos de las bestias que perecen, y somos elevados por sobre ellas. De
todo corazón debemos aborrecer a todo hombre sanguinario y malo. Maldita sea su ira. Jacob no
maldice a sus personas sino sus lujurias. Yo las dividiré. La sentencia acerca de Leví se iba a
convertir en bendición. Esta tribu realizó un servicio agradable a Dios en su celo contra los
adoradores del becerro de oro, Éxodo xxxii. Habiendo sido apartados por Dios como sacerdotes, en
ese carácter fueron esparcidos por la nación de Israel.