Vv. 27—31. Finalmente, llegó el tiempo en que Israel debía morir. Israel, príncipe de Dios, tuvo
poder sobre el Ángel y prevaleció, pero de todos modos debía morir. José le dio pan para que no
muriera de hambre pero eso no le garantizaba el no morir de viejo o por enfermedad. Murió
gradualmente; su vela se fue quemando paulatinamente hasta el cabo, de modo que viera acercarse el
tiempo. Ventajoso es ver que la muerte se acerca antes que la sintamos para ser impulsados a hacer,
con todas nuestras fuerzas, lo que nuestras manos encuentren para hacer. Sin embargo, la muerte no
está lejos de ninguno de nosotros. Al ver que se acercaba su día, la preocupación de Jacob era su
entierro; no la pompa de éste sino ser sepultado en Canaán, porque era la tierra prometida. Era tipo
del cielo, la patria mejor, que claramente dijo esperar, Hebreos xi, 14. Nada ayudará mejor a hacer
más cómodo el lecho de muerte que la perspectiva cierta del reposo en la Canaán celestial. Hecho
esto, Israel se apoyó en la cabecera de la cama, adoró a Dios, como se explica, ver Hebreos xi, 21, y
le dio gracias por todos sus favores; en debilidad se apoyó por sí mismo y expresó su disposición a
dejar el mundo. Aun quienes vivieron de la provisión de José, y hasta Jacob, que le era tan querido,
debían morir. Pero Cristo Jesús nos da el pan verdadero para que podamos comer y vivir por
siempre. Cuando nos acerquemos a la muerte vayamos a Él y rindámonos y quien nos sostuvo
durante la vida, nos saldrá al encuentro y nos hará entrega de la salvación eterna.