Vv. 20—23. La interpretación que José dio a los sueños sucedió en el día fijado. En el
cumpleaños del faraón todos sus siervos le atendían y entonces fueron revisados los casos de los dos.
Todos podemos fijarnos en nuestro cumpleaños provechosamente, con gratitud por las misericordias
de nuestro nacimiento, tristeza por el pecado de nuestra vida y con la expectativa de que el día de
nuestra muerte, sea mejor que el día de nuestro nacimiento. Pero parece raro que la gente mundana,
tan aficionada a vivir aquí, deba regocijarse al final de cada año de su corta expectativa de vida. El
cristiano tiene razón para alegrarse por haber nacido, de irse acercando al final de su pecado y pesar,
y a su eterna felicidad. —El jefe de los coperos no se acordó de José, sino que lo olvidó. José
hubiera merecido algo mejor de él pero lo olvidó. No debemos pensar que es raro si en este mundo
nos devuelven odio por nuestro amor y dardos por nuestra bondad. Véase cuán dados a olvidarse de
los demás que están en problemas son los que ahora están bien. José aprendió, por su desengaño, a
confiar únicamente en Dios. Nosotros nunca podemos esperar demasiado poco del hombre ni
demasiado de Dios. —No olvidemos los sufrimientos, las promesas y el amor de nuestro Redentor.
Culpamos la ingratitud del copero jefe para con José pero nosotros mismos actuamos mucho más
ingratamente para con el Señor Jesús. José apenas había anunciado el ascenso del jefe de los coperos
pero Cristo produjo el nuestro; Él intercedió con el Rey de reyes por nosotros, pero nosotros lo
olvidamos, aunque a menudo se nos hace recordarlo y a pesar de haber prometido no olvidarle
nunca. Así de mal le pagamos, como gente necia e imprudente