El relato de este capítulo muestra la fidelidad de Dios a la promesa dada a Abraham. Aquí Esaú es
llamado Edom, el nombre que mantiene el recuerdo de la venta de su primogenitura por un plato de
guisado. Esaú siguió siendo el mismo profano que desprecia las cosas celestiales. En la prosperidad
y honor exterior los hijos del pacto suelen estar atrás y aquellos que están fuera del pacto son los que
toman la delantera. Podemos suponer que es una prueba de la fe del Dios de Israel, el oír de la
pompa y poderío de los reyes de Edom, mientras ellos eran esclavos en Egipto; pero quienes buscan
grandes cosas de Dios deben contentarse con esperarlas; el tiempo de Dios es el mejor tiempo. El
monte de Seir es llamado la tierra de su propiedad. Canaán era en esta época solamente la tierra
prometida. Seir era posesión de los edomitas. Los hijos de este mundo tienen todo en la mano y nada
de esperanza, Lucas xvi, 25, mientras que los hijos de Dios tienen todo en la esperanza y casi nada
en la mano. Pero, consideradas todas las cosas, es incomparablemente mejor tener Canaán en la
promesa, que el monte de Seir como posesión.