Vv. 23—27. Abraham y toda su familia fueron circuncidados recibiendo así la señal del pacto y
se distinguieron de otras familias que no tenían arte ni parte en el asunto. Fue obediencia implícita;
él hizo como Dios le mandó sin preguntar por qué ni para qué. Lo hizo porque Dios se lo ordenó.
Fue obediencia pronta; en el mismo día. La obediencia sincera no demora. No sólo las doctrinas de
la revelación sino los sellos del pacto de Dios nos recuerdan que somos pecadores culpables
corruptos. Nos muestran la necesidad de la sangre de la expiación; apuntan al Salvador prometido y
nos enseñan a ejercer la fe en él. Nos muestran que sin la regeneración, la santificación por su
Espíritu y la mortificación de nuestras inclinaciones carnales y corruptas, no podemos estar en el
pacto con Dios. Pero recordemos que la circuncisión verdadera es la del corazón, por el Espíritu,
Romanos ii, 28, 29. Bajo ambas dispensaciones, la antigua y la nueva, muchos han hecho la
profesión exterior y han recibido el sello sin haber sido sellados nunca por el Espíritu Santo de la
promesa.