V. 1. Dios aseguró a Abram la seguridad y la felicidad; que estaría siempre a salvo. “Yo soy tu
escudo”; o, Yo soy para ti un escudo, presente contigo, que te cuido en forma muy real. La
consideración de que el mismo Dios es y será un escudo para su pueblo, para asegurarlo de todos los
males, un escudo dispuesto para ellos y un escudo alrededor de ellos, debiera silenciar todos los
temores que atormentan y confunden.
Vv. 2—6. Aunque nunca debemos quejarnos de Dios tenemos permiso para quejarnos a Él, y
expresarle todas nuestras aflicciones. Es consolador para un espíritu cargado presentar su caso a un
amigo fiel y compasivo. La queja de Abram es que no tenía hijo; que probablemente nunca iba a
tener uno; que la falta de un hijo era un problema tan grande para él que le quitaba todo consuelo. Si
suponemos que Abram no miraba más que la comodidad externa, esa queja habría estado cargada de
culpa. Pero si consideramos que Abram aquí se refería a la Simiente prometida, su deseo era digno
de encomio. No debemos descansar satisfechos hasta que tengamos pruebas de nuestro interés en
Cristo; ¿de qué me sirve todo si voy sin Cristo? Si continuamos insistiendo en oración, no obstante,
orando con humilde sumisión a la voluntad divina, no buscaremos en vano. —Dios dio a Abram la
promesa expresa de un hijo. Los cristianos pueden creer en Dios respecto de las preocupaciones
corrientes de la vida, pero la fe por la cual son justificados siempre se refiere a la persona y obra de
Cristo. Abram creyó a Dios que le prometía a Cristo; los cristianos creen en Él como habiendo sido
levantado de entre los muertos, Romanos iv, 24. Por la fe en su sangre han obtenido el perdón de
pecados.