Vv. 6—9. Abram halló la tierra poblada por cananeos que eran malos vecinos. Él viajó, y siguió
adelante aún. A veces la suerte de los hombres buenos es no estar establecidos y, a menudo, cambiar
a diversos estados. Los creyentes deben considerarse como peregrinos y extranjeros en este mundo,
Hebreos xi, 8, 13, 14. Pero observe cuánto consuelo tenía Abram en Dios. Cuando tuvo escasa
satisfacción en sus contactos con los cananeos que allí encontró, tuvo abundante placer en la
comunión con aquel Dios que lo había llevado hasta ahí, y que no lo desamparó. La comunión con
Dios se mantiene por la palabra y la oración. Dios se revela Él mismo y sus favores en forma gradual
a su pueblo; antes había prometido mostrarle a Abram la tierra; ahora, promete dársela: a medida que
crece la gracia, crece el consuelo. Pareciera que Abram lo entendió también como la concesión de
una tierra mejor, de la cual esta era tipo, porque esperaba un país celestial, Hebreos xi, 16. —Abram
se estableció tan pronto como llegó a Canaán, y aunque no era sino extranjero y peregrino ahí,
mantuvo la adoración de Dios en su familia. No sólo se preocupó de la parte ceremonial de la
religión, la presentación de sacrificios, sino tomó conciencia de buscar a Dios e invocar su nombre,
el sacrificio espiritual con el cual se agrada Dios. Predicaba sobre el nombre del Señor; enseñó a su
familia y a sus vecinos el conocimiento del Dios verdadero y de su santa religión. La adoración
familiar es un buen camino antiguo, nada nuevo, sino la antigua costumbre de los santos. Abram era
rico y tuvo una familia numerosa, aun no estaba establecido, y estaba rodeado de enemigos; sin
embargo, doquiera levantara su campamento, edificaba un altar: donde quiera que vayamos no
dejemos de llevar nuestra religión con nosotros.