Vv. 1—3. La bendición de Dios es la causa de nuestro bienestar. Dependemos de Él, debemos estar
agradecidos de Él. No olvidemos la ventaja y el placer que tenemos del trabajo de las bestias, y el
que su carne suministra. Tampoco debemos ser menos agradecidos por la seguridad que disfrutamos
en cuanto a las bestias salvajes y dañinas, por el temor del hombre que Dios ha puesto en lo
profundo de ellas. Vemos el cumplimiento de esta promesa todos los días y en todas partes. Este
obsequio de los animales para comida garantiza plenamente el uso de ellos, pero no el abuso por
glotonería y menos por crueldad. No debemos causarle dolor innecesariamente mientras vivan, ni
cuando les quitamos las vidas.
Vv. 4—7. La razón principal de prohibir comer la sangre, sin duda, se debió a que el
derramamiento de sangre en los sacrificios tenía por objeto que los adoradores tuvieran su
pensamiento puesto en la gran expiación; aunque también parece tener el propósito de controlar la
crueldad, para que los hombres, acostumbrándose a derramar la sangre de los animales y alimentarse
de ella, se pusieran insensibles frente a ello y les afectara poco la idea de derramar sangre humana.
—El hombre no debe tomar su propia vida. Nuestra vida es de Dios y debemos darla solamente
cuando a Él le plazca. Si precipitamos de alguna forma nuestra propia muerte, debemos responder
ante Dios por ello. —Cuando Dios le pide a un hombre que responda por una vida que quitó
injustamente, el homicida no puede responder y, por tanto, debe entregar la propia vida a cambio. En
uno u otro momento, en este mundo o en el venidero, Dios descubrirá los crímenes y castigará
aquellos homicidios cuyo castigo quedó fuera del alcance del poder del hombre. Pero hay quienes
son ministros de Dios para proteger al inocente, para infundir temor a los malhechores y que no
deben esgrimir en vano la espada, Romanos, xiii, 4. El homicidio deliberado debe ser siempre
castigado con la muerte. A esta ley se le agrega una razón. Todavía hay remanentes de la imagen de
Dios en el hombre caído, de modo que quien mata injustamente a un hombre, desfigura la imagen de
Dios y lo deshonra.