Vv. 1—12. El llamado a Noé es muy bondadoso, como el de un padre tierno a sus hijos para que
entren a la casa cuando ve que se acerca la noche o una tormenta. Noé no entró al arca hasta que
Dios se lo ordenó, aunque sabía que iba a ser su lugar de refugio. Es muy consolador ver que Dios va
delante de nosotros en cada paso que damos. Noé pasó mucho trabajo para construir el arca y, ahora,
él mismo iba a conservarse vivo en ella. Lo que hacemos en obediencia al mandamiento de Dios, y
con fe, ciertamente nos traerá consuelo, tarde o temprano. El llamado a Noé nos recuerda el llamado
que da el evangelio a los pobres pecadores. Cristo es un arca y en él solo podemos estar a salvo
cuando llegan la muerte y el juicio. La palabra dice “Ven”; los ministros dicen “Ven”; el Espíritu
dice “Ven, entra en el Arca”. —Noé fue tenido por justo no por su justicia propia sino como
heredero de la justicia que es por la fe, Hebreos xi. 7. Él creyó la revelación de un Salvador, y buscó
y esperó la salvación solo a través de Él. Así fue justificado por la fe y recibió ese Espíritu cuyo
fruto es en toda bondad; pero si algún hombre no tiene el Espíritu de Cristo, no es de los suyos. —
Después de ciento veinte años, Dios dio un espacio de siete días más para el arrepentimiento. Pero
estos siete días fueron malgastados, como todo el resto. Será tan sólo siete días. Tenían sólo una
semana más, un día de reposo más para mejorar y considerar las cosas que corresponden a su paz.
Pero es común que quienes han sido descuidados con sus almas durante los años de su salud, sean
igualmente negligentes durante los días, esos pocos días de su enfermedad, en que avizoran la
muerte a la distancia, en que ven acercarse a la muerte, estando endurecidos sus corazones por el
engaño del pecado. Como Noé preparó el arca por fe en la advertencia dada de que vendría el
diluvio, así entró en ella, por fe en la advertencia de que vendría muy prnto. Y el día en que Noé
estuvo seguro, dentro del arca, se rompieron las fuentes del gran abismo. La tierra tenía en sí esas
aguas que, a la orden de Dios, brotaron y la inundaron; así, nuestros cuerpos tienen en sí mismos
esos humores que, cuando a Dios le place, se vuelven semilla y fuente de enfermedades mortales. —
Las ventanas del cielo fueron abiertas y las aguas que estaban por arriba del firmamento, esto es, en
la atmósfera, fueron derramadas sobre la tierra. La lluvia cae en gotas; pero entonces cayeron lluvias
tan grandes como nunca se había sabido antes ni después. Llovió sin parar ni escampar por cuarenta
días con sus cuarenta noches, sobre toda la tierra de una sola vez. Así como hubo un ejercicio
especial de la omnipotencia de Dios al causar el diluvio, sería vano y presuntuoso tratar de explicar
por medio de la sabiduría humana el método que usó.