Un papá debe estar allí para enseñar a sus hijos - Efesios 6:4
Estudio Biblico
Sin querer cargar la culpa sobre la cabeza de mis lectores masculinos, debo decir que demasiados padres solo duermen en sus casas. Y como resultado, han abdicado totalmente de sus responsabilidades de liderazgo e influencia en las vidas de sus hijos.
un artículo enCientífico americanotitulado "Los orígenes de la alienación", de Urie Bronfenbrenner, describe mejor los problemas que enfrentan las familias de hoy. El Dr. Bronfenbrenner es, en mi opinión, la principal autoridad en desarrollo infantil en Estados Unidos y sus puntos de vista deben ser considerados cuidadosamente. En este artículo, el Dr. Bronfenbrenner analizó el estado de deterioro de la familia estadounidense y las fuerzas que están debilitando su cohesión. Más específicamente, le preocupan las circunstancias que están socavando gravemente el amor de los padres y privando a los niños del liderazgo y el amor que deben tener para sobrevivir.
Una de esas circunstancias es ampliamente conocida como la "carrera de ratas". El Dr. Bronfenbrenner describió el problema de esta manera: "Las demandas de un trabajo que exige horas de comida, tardes y fines de semana además de días; los viajes y los movimientos necesarios para salir adelante o simplemente para mantenerse a sí mismo; el tiempo cada vez mayor que se dedica a los desplazamientos, el entretenimiento, la salir, cumplir con las obligaciones sociales y comunitarias... todo esto produce una situación en la que un niño a menudo pasa más tiempo con una niñera pasiva que con un padre participante".
Según el Dr. Bronfenbrenner, esta carrera de ratas es particularmente incompatible con las responsabilidades paternas, como lo ilustra una investigación reciente que arrojó resultados sorprendentes. Un equipo de investigadores quería saber cuánto tiempo pasan los padres de clase media jugando e interactuando con sus hijos pequeños. En primer lugar, pidieron a un grupo de padres que calcularan el tiempo que pasaban con sus hijos de un año cada día y recibieron una respuesta media de quince a veinte minutos. Para verificar estas afirmaciones, los investigadores colocaron micrófonos en las camisetas de los niños pequeños con el fin de registrar la verbalización real de los padres. Los resultados de este estudio son sorprendentes: ¡la cantidad promedio de tiempo que estos padres de clase media pasaban con sus hijos pequeños era de treinta y siete segundos por día! Su interacción directa se limitó a 2,7 encuentros diarios, con una duración de diez a quince segundos cada uno! Eso, al parecer, representa la contribución de la paternidad para millones de niños estadounidenses.
Comparemos los intercambios de treinta y siete segundos entre padres e hijos pequeños con otra estadística. El niño preescolar medio ve entre 30 y 50 horas de televisión a la semana (las cifras varían de un estudio a otro). Qué cuadro tan increíble pintan esas dos estadísticas. Durante los años formativos de la vida, cuando los niños son tan vulnerables a sus experiencias, ¡reciben treinta y siete segundos al día de sus padres y treinta o más horas a la semana de la televisión comercial! ¿Necesitamos preguntar de dónde obtienen nuestros hijos sus valores?
Alguien observó: "Los valores no se les enseñan a nuestros hijos; los atrapan". Es verdad. Rara vez podemos hacer que los pequeños Juanito o María se sienten pacientemente en una silla mientras les sermoneamos acerca de Dios y otros asuntos importantes de la vida. En cambio, están equipados con "motores" internos que no pueden funcionar en ralentí. Sus transmisiones constan de solo seis marchas: correr, saltar, trepar, gatear, deslizarse y sumergirse. Los niños y las niñas simplemente no están preparados para conversaciones tranquilas sobre temas pesados.
Entonces, ¿cómo transmiten los padres conscientes sus actitudes, valores y fe a sus hijos? Se hace sutilmente, a través de las interacciones rutinarias de la vida cotidiana. Vimos este hecho ilustrado en nuestra propia casa cuando Danae tenía diez años y Ryan cinco. Íbamos en el auto cuando pasamos por un cine porno. Creo que el nombre de la película en particular era "Flesh Gordon", o algo igualmente sensual.
Danae, que estaba sentada en el asiento delantero, señaló el teatro y dijo:
"Esa es una película sucia, ¿no es así, papá?"
Asentí afirmativamente.
"¿Es así como llaman a una película con clasificación X?" ella preguntó.
Una vez más, le indiqué que tenía razón.
Danae pensó por un momento o dos, luego dijo: "Las películas sucias son realmente malas, ¿no es así?".
Le dije: "Sí, Danae. Las películas sucias son muy malas".
Toda esta conversación duró menos de un minuto y constó de tres breves preguntas y tres respuestas. Ryan, que estaba en el asiento trasero, no entró en nuestra discusión. De hecho, me pregunté qué pensaba sobre el intercambio y llegué a la conclusión de que probablemente no estaba escuchando.
Estaba equivocado. Ryan escuchó la conversación y aparentemente siguió pensando en ello durante varios días. Pero curiosamente, Ryan no sabía lo que era una "película sucia". ¿Cómo iba a aprender un niño de cinco años lo que sucede en esos lugares, si nadie había hablado nunca de pornografía con él? Sin embargo, él tenía su propia idea sobre el tema. Ese concepto me fue revelado cuatro noches después al final del día.
Ryan y yo nos arrodillamos para decir su oración antes de acostarse, y el niño en edad preescolar volvió espontáneamente a esa conversación a principios de semana.
"Querido Señor", comenzó con gran seriedad, "ayúdame a no ir a ver películas sucias... donde todos se escupen unos a otros".
Para Ryan, lo más sucio que podía imaginar sería una lucha libre salival. Eso sería sucio, tenía que admitirlo.
Pero también tuve que reconocer cuán casualmente los niños asimilan nuestros valores y actitudes. Verás, no tenía forma de anticipar esa breve conversación en el auto. No fue mi intención deliberada transmitir mis puntos de vista sobre la pornografía a mis hijos. ¿Cómo fue que aprendieron una dimensión más de mi sistema de valores esa mañana? Ocurrió porque estábamos juntos... hablando entre nosotros.
Ese tipo de interacciones sutiles y no planificadas explica gran parte de la instrucción que pasa de una generación a la siguiente. Es una fuerza poderosa para dar forma a las vidas de los jóvenes, si los padres priorizan pasar tiempo en casa con sus hijos; si tienen la energía para conversar con ellos; si tienen algo que valga la pena transmitir; si les importa.
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