Testimonio
¿Siente usted que su fervor hacia el Señor se está enfriando? Aunque, como hijos de Dios jamás podremos perder nuestra salvación, sí es posible que nuestra pasión espiritual disminuya.
Los versículos de hoy revelan que hasta Timoteo vio reducido su entusiasmo por el Señor. Fue por eso que Pablo le escribió, animando al joven pastor de Éfeso a avivar la llama de su fe.
Cualquier cristiano puede “enfriarse” espiritualmente. Esto comienza con frecuencia cuando una tragedia o una decepción desvían su atención. En vez de clamar al Señor y encontrar refugio en Él, el creyente deja poco a poco de leer la Biblia. La Palabra de Dios es como la madera en una chimenea: el fuego puede mantenerse vivo solo si hay leños que ardan. Cuando se dedica menos tiempo a la Biblia, otros aspectos de la relación con Dios se ven afectados: la asistencia a la iglesia disminuye, el ofrendar se vuelve esporádico, y la oración —que cada vez parece ser más decaída— se utiliza solo en las emergencias.
El cristiano que ya no está dispuesto a defender aquello que una vez consideró importante, comienza pronto a claudicar. Podrá sentirse atormentado por los sentimientos de culpa, y ponerse a la defensiva en cuanto a la manera como está viviendo. Por último, el gozo, el contentamiento y la paz de Dios son reemplazados por preocupación, duda y temor.
El cristiano que se permite vacilar en su fe, perderá el gozo y la satisfacción de una rica relación con el Señor. Piénselo. ¿Es su entusiasmo por las cosas de Dios más fuerte que antes o ha disminuido con el tiempo? Si su fuego necesita ser alimentado, pídale al Espíritu Santo que le muestre cómo hacerlo.
1:2 a Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor.
1:3 Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día;
1:4 deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;
1:5 trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.
1:6 Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
1:8 Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios,
1:9 quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,
1:10 pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio,
1:11 del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles.