Soy una mujer que disfruta las celebraciones: esos momentos alegres, llenos de risas, amistad, familia y ¡mucha comida! Si eres como yo, quizá pocas veces te detengas a considerar el origen de la celebración y te resulta mucho más fácil participar sin mayores cuestionamientos.
¿Sabías que el Día de la Madre es una de las celebraciones más festejadas cada año? ¿Sabes de dónde surge tal acontecimiento?
En un artículo de la BBC leemos acerca del inicio de esta celebración:
La oficialización de esa costumbre se inició en el siglo XX, en Estados Unidos, por insistencia de una mujer que nunca fue madre, pero decidió homenajear a la suya.En 1905 Anna Jarvis empezó una campaña a favor de lo que llamó «Día de las Madres», cuando su propia progenitora, Ann Reeves Jarvis, murió.
Tres años después organizó un homenaje para ella, aunque la fecha no fuera un festivo oficial, y se convirtió en una activista por la causa…
En 1850, en el estado de West Virginia, creó una especie de grupos de trabajo con mujeres para cuidar de soldados y trabajar por mejoras en la salud pública. Ella denominaba esos días de trabajo como «Día de las Madres»…
Para 1911, todos los estados de la Unión reconocieron el festivo y, tres años después, se adoptó oficialmente que el segundo domingo de mayo se conmemoraría con un día feriado un homenaje a las madres…
Sin embargo, poco tiempo después Anna se dio cuenta de que había «creado un monstruo».
La fecha conmemorativa se convirtió en un excelente pretexto para los comerciantes, que aprovecharon la oportunidad para estimular la compra de regalos.
Un día para las madres
Anna Jarvis deseaba honrar a las madres a través de su servicio. La celebración no se centraba ni siquiera en su propia mamá, pues ya había fallecido. La intención era servir a otras. Sin embargo, muchas hemos convertido este día en uno que centra la atención en nosotras como madres, y nos hemos colocado en la posición de ser servidas y no de servir a otras.
El Día de la Madre se ha transformado para muchas mujeres en un día de exaltación personal y no de gratitud por el don que el Señor les ha concedido al ser madres. Puede que esta aseveración te parezca dura, pero antes de que juzgues a tu servidora te pido que, juntas, pidamos a Dios que examine nuestros corazones.
En estas vísperas, debemos cuidar nuestros corazones porque se hacen frecuentes los comentarios como estos: «Mi esposo no se acordó de mi día», «¡Qué dichosa es mi amiga! Sus hijos le dieron buenos regalos», «Hoy es mí día, por lo tanto, no debería hacer nada en la casa», «¡Hasta en el trabajo se acordaron de felicitarme!», «Otra vez me regalaron utensilios de cocina para que siga trabajando», «Yo lo que merezco es un viaje», «Mi esposo festeja más a su mamá que a mí».
Una celebración que nos recuerda el hermoso privilegio de la maternidad, la podríamos convertir en la licencia perfecta para colocarnos en el centro y alimentar expectativas que muchas veces salen de nuestra realidad. ¿Te has detenido a reflexionar en lo que tus expectativas con respecto a este día exponen de tu propio corazón?
Un evangelio que exalta a Dios
La Biblia está repleta de celebraciones o fiestas designadas por Dios en Su Ley. Ellas formaban parte de las actividades del pueblo de Israel con un solo propósito: glorificar a Su Dios por Sus obras, Su salvación y Sus victorias (Lv 23).
Cristo cumplió ya el propósito de las demandas de la ley en Su vida, muerte y resurrección. Como ordenanzas de Jesús, hoy celebramos el bautismo y la Santa Cena para recordar el evangelio (1 Co 15:1-4). Con esto no digo que no podamos tener ciertas celebraciones que se fueron creando a lo largo de la historia, como el Día de la Madre. Más bien, estoy diciendo que como madres —pero principalmente como hijas de Dios—, el fin de todo que hacemos debe ser la gloria de Dios, y nuestro fundamento debe ser el evangelio de Cristo.
Mi exhortación como madre que también vive esta experiencia, mientras percibo su tentación al egoísmo sobre mi corazón, es que podamos considerar que el Día de la Madre nos puede hacer propensas a caer en alguna de estas reacciones que proceden de nuestro corazón pecadores y resultan en queja, enojo, frustración y hasta contienda. Por eso la celebración del Día de la Madre no empieza con las celebraciones que otros hacen de nuestra maternidad. En cambio, debemos iniciarla en lo secreto de nuestros corazones, dando gracias a Dios por la dicha de hacernos madres y salvarnos. ¡Eso amerita ser celebrado todos los días!
Toda una vida celebrando a Dios
Ya sea que celebremos el Día de la Madre por tradición, cultura, o por buena intención, esforcémonos para que todo nos lleve a recordar que Dios es quien nos ha permitido ser madres. Él es quien nos ha dado hijos para amar, cuidar y enseñar acerca de Cristo y Su obra, todos los días de sus vidas. No solo la Biblia es acerca de Dios, sino que también nuestras vidas compradas a precio de sangre son acerca de Dios. Si lo piensas, esto trae fin a nuestro ego, a nuestra queja, a nuestra insatisfacción, y es un «apagafuegos» para nuestras expectativas materiales y emocionales.
Cuando Dios está en el centro de nuestras vidas, podemos responder diferente ante cualquier expectativa que tengamos con respecto a este día. Como dijo el salmista: «Alaben a Dios por Sus hechos poderosos; alábenlo según la excelencia de Su grandeza» (Sal 150:2).
El Día de la Madre no se trata primero de nosotras, se trata primero de Dios. Por lo tanto, no debemos poner cargas sobre nuestros esposos acerca de cómo nos deben celebrar. Mucho menos ser presas de la competencia silenciosa o de gastos innecesarios para justificar una honra que Dios ya nos ha dado por Su gracia.
Ya sea que recibas un regalo, se acuerden de ti o no, o tengas que trabajar, escoge amar. Escoge servir y seguir glorificando al Dios que te salvó. Quita la mirada de ti misma y mira a tu alrededor: muéstrale amor a esa madre que ha perdido a su hijo, a aquella mujer con vientre cerrado, o aquella que no ha recibido amor de sus hijos porque se encuentran lejos. Participa en tu santificación, en medio de tus deseos, para desear más a Cristo y amar a otros.
Si tienes la bendición de ser madre, conoces a una madre, tu madre aún vive, o tienes suegra: ora por ellas, dales ánimo con tu vida de servicio para amar a Cristo y sigue sirviendo a los tuyos como si mañana fuese el último día de tu vida en esta tierra.
Al final del día, servir es el llamado supremo de todo cristiano y el Día de la Madre no es la excepción. Ningún día lo es. ¡Que este y todos los días puedas recordar que todo viene de Dios, que todo es por Él y todo es para Él! (Ro 11:38). «Grande es el Señor, y digno de ser alabado en gran manera, y Su grandeza es inescrutable» (Sal 145:3).
SUSANA DE CANO