KATIE POLSKI
Cuando miro hacia atrás en mi crecimiento en la fe y comprensión del evangelio, he aprendido más sobre Jesús en temporadas de sufrimiento. Sin embargo, suelo orar para poder ser librada de alguna aflicción. Oro lo mismo por mis hijos casi todas las noches: «Señor, guárdalos de cualquier daño».
No hay nada malo en orar con estas palabras. Las Escrituras son abundantemente claras en cuanto a que debemos pedir con denuedo a nuestro Dios, quien es poderoso (Stg 1:6). Algo que trajo convicción a mi vida fue una oración que Kathleen Nielson escribió en Prayers of a Parent for Young Adults [Oraciones de un padre por los jóvenes adultos]. Ella no nos anima a orar para que nuestros hijos no sufran, sino para que el Señor les dé la gracia y la fortaleza para sufrir bien.
Esta vida está llena de problemas y nunca se nos prometió lo contrario. Habrá dolor y también habrá sufrimiento. Esta realidad nos otorga un deseo insaciable por lo que vendrá cuando Cristo regrese. Entonces, en lugar de orar por una vida sin dificultades, quizás deberíamos orar para que, cuando suframos, lo hagamos bien.
Pero ¿cómo luce el sufrir bien, especialmente para aquellos que se sienten desesperados o solos en su dolor? ¿Qué deberíamos orar, en lugar de limitarnos a pedir a Dios que nos proteja a nosotros y a nuestros hijos de las dificultades de esta vida?
1. Recuerda que estás «en Cristo»
Oremos pidiendo sabiduría para recordar que estamos unidos y enlazados a Cristo en nuestro dolor. Debido a que estamos «en Cristo» (2 Co 5:17), tenemos el «poder de Dios obrando en nosotros» (Ef 3:20). Esto destruye la idea de que tenemos que conjurar una fuerza sobrehumana para enfrentarnos a la adversidad. No tenemos la capacidad de hacerlo y, en un sentido, hay una gran libertad en esa realidad.
En Cristo, ya se nos ha dado exactamente lo que necesitamos para recorrer cualquier travesía difícil, por muy desalentadora que parezca. Cuando sentimos con frecuencia que podríamos quebrarnos, Dios nos recuerda Su fuerza divina obrando en nosotros y a través nuestro. Al abrazar esta asombrosa verdad, sufrimos bien en las fuerzas de Cristo, no en nuestra débil capacidad.
2. Confía en la soberanía de Dios
Ora pidiendo fe para confiar en la mano soberana de Dios. Sufrimos bien al soltar nuestro deseo de control y al creer que, en la providencia de Dios, Él ya ha resuelto los momentos más desconcertantes para nuestro bien y para Su gloria (Ro 8:28).
No siempre es fácil confiar cuando sentimos como si nos ahogáramos. Pero sufrir bien implica someterse a la mano soberana de Dios y aferrarse a Aquel que nos llevará por el camino que ya ha trazado. Hay alivio en confiar en Jesús como nuestro protector (Sal 18:2), quien ama más allá del entendimiento (Ro 8:38-39), y quien nunca se equivoca (Sal 18:30).
3. Resiste la tentación de la desesperanza
Ora pidiendo ser protegido de la desesperanza. Esta emoción es diferente de la tristeza; es bueno y correcto lamentarse por los quebrantos del mundo. Pero la desesperanza es ausencia de esperanza y no hay nada que le guste más a Satanás que ver a un creyente perder la esperanza en Dios en una época difícil.
Sufrimos bien al orar contra el tentador, quien está desesperado porque dudemos de la bondad de Dios. Más bien, apóyate en las promesas de Jesús, la esperanza de la vida eterna (Jn 3:16), y anticipa un mundo que un día será hecho nuevo (Ap. 21:4).
4. Adora al Salvador
Ora pidiendo energía llena de gozo para derramarla en adoración, incluso a través de tus lágrimas. En lugar de dirigir ira y resentimiento hacia Dios, ora para que tengas ojos para ver Su santidad en tu dolor y un corazón que se incline hacia la adoración. Deshazte de cualquier amargura reprimida a los pies de la cruz porque allí se nos recuerda el valor de Cristo: por sus heridas somos sanados (1 P 2:24).
Eleva tu voz en cánticos, y observa cómo la dulce fragancia de la alabanza a nuestro Salvador se convierte en una bendición simultánea de refrigerio. Escudriña las Escrituras. Adora por medio de la recitación y memorización de las promesas que Dios nos ha dado para los momentos de dolor y sufrimiento. El salmista nos recuerda que «la ley del Señor es perfecta, que restaura el alma» (Sal 19:7).
5. Conoce que Jesús es cercano
Ora para que el Señor te ayude a conocer Su cercanía. En el valle experimentamos el cuidado precioso y tierno de nuestro Padre (Sal 23). Jesús nos acerca a Sí mismo en medio de la oscuridad (Sal 34:18). Mientras nos inclinamos hacia Su perfecto abrazo, sufrimos bien.
Hace poco vi una foto de una madre adoptiva que sostenía con ternura los diminutos dedos de su bebé tras una operación en su cuerpo frágil. La belleza que podíamos contemplar no estaba en las dulces sonrisas; no era visible. La belleza estaba en la cercanía de la madre, cuyo amor era evidente al agarrar la pequeña manita de su hijo.
Nuestro Salvador sostiene firmemente nuestra mano indigna cuando atravesamos sufrimientos en esta vida. Incluso cuando nuestros puños están apretados, cuando sentimos que nos ahogamos en silencio, dudamos y nos confundimos en nuestro dolor, Jesús nos susurra: «Estoy aquí. Estoy contigo».
Estos momentos en los que nuestra fe se fortalece a través de la adversidad son vivificantes y preciosos. Por eso, no ores para librarte de las dificultades, sino para sufrirlas bien. Entonces aguarda y observa cómo el Señor provee.