AIMEE JOSEPH
Todos nosotros estamos rodeados de un mar de necesidades. Desde las personas en nuestros hogares y lugares de trabajo hasta las familias de refugiados que vienen a nuestra nación, Estados Unidos, de toda parte del mundo; desde las personas que padecen enfermedades y discapacidades hasta las personas que luchan con problemas financieros y deudas: todos tienen necesidades espirituales, emocionales y físicas únicas. Las necesidades pueden verse y sonar diferentes, pero cada una nos presenta a gritos una oportunidad potencial para invertir nuestro tiempo y energía. Para vivir vidas fieles en lugar de vidas agitadas, debemos aprender la verdad aleccionadora de que cada necesidad no es un llamado.
Jesús vio todas las necesidades de cada ser humano con el que se encontró, pero no las satisfizo todas. Siguió la voluntad del Padre, sabiendo cuándo decir sí y cuándo decir no, cuándo trabajar y cuándo descansar. No pasó sus tres cortos años de ministerio público en un torbellino frenético; más bien, ejecutó fielmente la voluntad del Padre permaneciendo cerca de Él y buscando agradarle solo a Él.
Puedes decir: «Pero Él era Jesús y conocía la voluntad del Padre». En tal mar de necesidades, ¿cómo podemos nosotros, con nuestras habilidades y entendimiento limitado, discernir qué obras debemos hacer? ¿Cómo vamos a saber cuándo decir sí y cuándo decir no? ¿Cómo sabremos a qué personas podemos ayudar, cuáles causas podemos apoyar y cuáles no?
Por mucho que anhelemos una ecuación simple (o aun compleja) mediante la cual discernir la voluntad de Dios para nuestras vidas, Dios les ha dado a los que están en Cristo algo mucho mejor. Él ha elegido morar en nosotros a través del Espíritu Santo. Él nos ha dado su Palabra y ha prometido que nosotros también podemos tener la mente de Cristo (1 Co 2:16).
Mientras tratamos de discernir las líneas a menudo borrosas entre lo bueno, lo mejor y lo excelente, debemos considerar en oración nuestras pasiones, prioridades y circunstancias providenciales. Cuando caminamos en dependencia de Cristo, podemos aprender a responder a las necesidades de manera fiel en lugar de hacerlo en un estado de agitación.
Pasiones
Nuestro Dios es tan multifacético que requiere todo el cuerpo de Cristo (pasado, presente y futuro) para manifestar su plenitud. Como tal, cada creyente refleja una pizca del hermoso carácter de Cristo. Algunos corazones lloran por el tráfico sexual, mientras que otros laten por el derecho a vivir de los no nacidos. Algunos creyentes son motivados al satisfacer las necesidades físicas, mientras que otros se deleitan en entrenar mentes. Cuanto más entendamos la forma en que Dios nos ha programado a cada uno e identifiquemos las pasiones que encienden nuestros corazones a una acción en oración, menos probable es que corramos con agitación tratando de satisfacer cada necesidad.
Se necesita autoconciencia y una humildad cultivada para aprender a dejar que cada miembro del cuerpo de Cristo haga su parte (1 Co 12:4-11; 1 P 4:10-11). Hay muchas buenas obras por hacer dentro de los carriles de nuestros dones espirituales y físicos; no necesitamos tratar de operar en todos los carriles posibles. Si bien habrá ocasiones en las que Dios nos llame a salir de nuestra zona de comodidad, también podemos estar seguros de que Dios nos programó para las buenas obras que Él preparó para nosotros (Sal 139:14-16; Ef 2:10).
A medida que evaluamos si Dios nos está llamando para atender una necesidad particular, debemos considerar preguntas como: ¿Qué dones y pasiones otros en el cuerpo de Cristo han afirmado en mí de manera consistente? ¿Qué áreas de necesidad afligen particularmente mi corazón? ¿Cuándo siento más el placer de Dios mientras trabajo?
Prioridades
Nuestras pasiones por sí solas no pueden determinar cómo empleamos nuestro tiempo. Aun aquellos que conocen sus pasiones y personalidades solo tienen 24 horas al día. La Palabra de Dios determina nuestras prioridades, comenzando con el compromiso de permanecer en el Señor. Permanecer en Él nos permite dar fruto y amar a los demás (Jn 15:4,12).
Luego, debemos tratar de cumplir con nuestros compromisos básicos dentro de los límites que Dios ha puesto para nosotros (Sal 16:5-6). Por ejemplo, los estudiantes deben priorizar el compromiso con sus estudios y clases, aun cuando no se sientan entusiasmados con la carga académica de su curso. Los empleados deben priorizar su trabajo, aun cuando sus pasiones estén en otra parte.
En diferentes temporadas de la vida, distintas prioridades pueden dictar nuestros días. Los padres con niños pequeños tienen prioridades diferentes a considerar a los padres con el nido vacío. Las personas con enfermedades crónicas o que cuidan a otras personas con necesidades especiales operan con prioridades distintas a las que tienen más margen en sus horarios.
Si satisfacer una necesidad particular nos impide estar presentes con personas a las que deberíamos priorizar, es posible que debamos reconsiderar en oración: ¿Cuáles son mis prioridades en esta etapa de la vida? ¿Las necesidades que tengo ante mí me van a alejar de esas prioridades o pueden unirse con mis prioridades de una manera significativa?
Oportunidades potenciales
Además de nuestras pasiones y prioridades, es útil considerar las oportunidades presentes que Dios en su providencia ha puesto ante nosotros. Como creyentes, sabemos que Dios en su soberanía coloca a las estrellas en su órbita y a nosotros en nuestras circunstancias. No hay detalle de nuestros días que esté fuera del alcance de Dios. El llamado de Dios a menudo está justo enfrente de nosotros.
Si nos preguntamos qué necesidades podrían ser llamados de Dios, haríamos bien en ser observadores concentrados. Considera: ¿Qué personas ha puesto Dios delante de mí? ¿Qué recursos, conexiones o conocimientos únicos me ha dado en esta temporada? ¿Qué necesidades o causas han estado cargando mi corazón de manera consistente?
A medida que navegamos por el mar de necesidades que nos rodea, debemos fijar nuestra mirada en Aquel que es infinito y que es el único que puede satisfacer todas las necesidades. Al recordar su capacidad infinita y sus recursos abundantes, somos libres para ser fieles en lugar de agitados. Cuando reconocemos su naturaleza ilimitada, somos más capaces de satisfacer las necesidades mientras vivimos a la luz de nuestras propias limitaciones.