Estudio Biblico
La iglesia de la ciudad de Laodicea, era la iglesia más rica de las siete que había en Asia. A la ciudad se le reconocía por su industria textil, la manufactura de lanas y la escuela de medicina que producía una medicamento especial para curar los ojos. El único problema que presentaba la ciudad era que tenía inconveniente con el suministro del agua potable, pues al llegar a la ciudad, ésta llegaba tibia y era imposible consumirla ya que producía nauseas.
En cuanto a la Iglesia, el Señor no da ninguna palabra de elogio hacia ella. La iglesia había llegado a ser tan insípida como el agua tibia que llegaba a la ciudad. Los creyentes de esta ciudad no tenían una posición firme en cuanto a su fe, eran indiferentes y la indiferencia los estaba llevando a la mediocridad espiritual.
Había algunos creyentes que creían equivocadamente que la abundancia material era un indicio de la bendición espiritual de Dios. La iglesia era rica, estaba confiada y satisfecha consigo mismo. Pero el Señor que conoce los corazones les dice que eran pobres, ciegos y desnudos.
Algunos estudiosos de la Palabra dicen que la iglesia de Laodicea es la iglesia actual. Una aparente prosperidad que nos está desviando del Señor. Lo triste de ésta iglesia era que habían dejado por fuera al Señor. Vs 20.
El mensaje es que no podemos permitir que los lujos, la tecnología, los bienes y la comodidad nos hagan sacar al Señor de nuestras vidas, de la familia y de la iglesia. Esto significa, que ya no tenga la primacía y el primer lugar en nuestras vidas.
Debemos buscar el equilibrio. Está bien que anheles prosperar y si lo estás haciendo agradece a Dios por ello y comparte con el que está pasando necesidad; pero lo que no debes permitir, es que el amor al dinero te alejen de la relación más importante de tú vida: tú relación con Cristo.
Para reflexionar: ¿De qué forma influye tú nivel económico actual en tú vida espiritual?
3:15 Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
3:16 Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
3:17 Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
3:18 Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
3:19 Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.
3:20 He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
3:21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
3:22 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.