Eclesiastés 6:10-11
Y es cierto, cuando andamos sin Cristo, el mundo dice muchas palabras, palabras que cambian rápido, que no tienen vigencia, que son moda. Palabras que alientan nuestra insatisfacción, o nos dirigen hacia allá pensando que siempre falta algo, que ya es lo último que persigues, que nunca tienes todo y que eso no es vida. Y ciertamente no lo es. Pero esa es la condición del ser humano en esta tierra. Anuncios, publicidad, estilos de vida, que nos incitan a buscar insistentemente algo y correr detrás de eso, detrás de alguien como si ahí estuviera la respuesta.
El resultado seguro, tarde que temprano, es frustración. Pero Dios ha puesto Su eternidad en el corazón del hombre (Eclesiastés 3:11) y aunque insistamos en nuestras vanas búsquedas humanas, esa alocada carrera se transforma en un caminar direccionado al corazón de Dios. ¿Y cómo llegamos ahí? Llegamos ahí por la verdadera Palabra, que es soplada a nuestra vida por el Espíritu Santo. Llegamos al corazón de Dios por Su misericordia que como imán atrae nuestras intenciones hacia Él, y las purifica.
Ahí está la enseñanza, ahí es donde se responde la pregunta de verso 12: ¿quién enseñará al hombre qué será después de El debajo del sol? Dios Soberano y Eterno que conoce cada uno de nuestros actos, el Hermoso Anciano de días que sabe mi principio y cuál será el día de mi muerte: Él es quien enseña, a través de Su palabra escrita, que de principio a fin me muestra a Jesús como Su sabiduría encarnada. Sólo Cristo, que con amor eterno nos ha amado, es el ejemplo perfecto para gastar mi vida con ese sentido de eternidad que el Padre ha puesto en cada corazón rendido a Él. Gracias a Dios porque no estamos sujetas a la temporalidad de lo vano y mundano, sino a la Gracia Perfecta en Cristo Jesús, dueño de todo tiempo, cuya Palabra no es moda, sino vida. Vida Eterna.