¿Cómo puede un Dios justo justificar a los culpables? La respuesta la hallamos en las palabras del apóstol Pablo, en Rom. 3:21-26.
Para mi la doctrina de la expiación por la substitución es una de las pruebas más poderosas de la inspiración divina de la Sagrada Escritura. ¿Quién podría haber ideado el plan de que el Rey justo muriera por el súbdito injusto y rebelde? La imaginación humana no podría haberlo inventado. Es arreglo, plan y estatuto de Dios mismo; no es cosa del cerebro humano.
Así llegué a comprender la posibilidad de la salvación mediante el sacrificio de substitución, y que todo se había provisto para tal substitución, y que todo se había provisto para la misma. Me fue dado ver que el Hijo de Dios, igual al Padre e igualmente eterno, desde la eternidad había sido constituido cabeza del pacto de un pueblo escogido, para que en esa capacidad sufriera por el mismo para salvarle. En cuanto nuestra caída, en primer término, no fue caída individual, ya que caímos en nuestro representante federal, en «el primer adán», fue posible para nosotros el levantamiento por un segundo representante, a saber por Aquel que se encargó de ser la cabeza del pacto de su pueblo, a fin de ser su «segundo Adán,» Vi que, antes de haber pecado en realidad, había caído por el pecado de mi primer padre; y me regocijo, ya que, por tanto, me fue posible, en sentido jurídico, ser levantado mediante esa segunda Cabeza representativa. La caída de Adán dejó una escapatoria: otro Adán puede deshacer la ruina hecha por el primero.
Cuando me inquietaba respecto a la posibilidad de que un Dios justo me perdonara, comprendí y vi por fe, que él, que es el Hijo de Dios, se hizo hombre y en su propia bendita persona llevó mi pecado en su cuerpo sobre el madero. Vi el castigo (precio) de mi paz sobre él y que por su llaga fui curado (Isa.53:4,5)
Jesús ha soportado por nosotros toda la penalidad de la muerte. ¡Contempla esta maravilla! Allí está colgado de la cruz. Esta es la vista más solemne que jamás has contemplado. El Hijo de Dios y el Hijo del hombre, allí elevado en el vil madero, sufriendo penas indecibles, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Maravillosísima es tal vista; ¡el Inocente castigado! ¡El eternamente bendito hecho maldición! ¡El infinitamente glorioso sufriendo la muerte ignominiosa! ¿Por qué sufrió sino para librarnos de la pena merecida? Bien dijo Moisés; «¿Quién conoce el poder de tu ira?» (Salmo 90:11). No obstante al oír al Señor de gloria gritar. «¿Por qué me has desamparado?» (Mat.27:46) y al verle exhalar el último aliento, sentimos que la Justicia Divina ha recibido abundante satisfacción por la obediencia tan perfecta y muerte tan espantosa de parte de persona tan Divina.
Si Dios mismo se inclina ante su propia ley, ¿que más se quiere?
El vasto mar del sacrificio propio del amor de Jesús es tan profundo que pueden hundirse en él todas las montañas de nuestros pecados. Ciertamente fue el milagro de los milagros que el Señor Jesús tomara mi lugar. Pero así lo hizo. «Consumado es» (Juan 19:30). Dios perdonará al pecador, porque no perdonó a su propio Hijo.
¿Qué es el creer en él? No simplemente decir «Es Dios y Salvador,» sino confiar en él del todo y enteramente, recibiéndole para toda la obra de la salvación desde hoy y para siempre, recibiéndola cual Salvador único, cual Señor, Maestro, todo. Si tu quieres a Jesús, él te ha aceptado ya. Si crees de verdad en él te aseguro que ya no irás al infierno; porque eso haría nulo el sacrificio de Cristo. No es posible que un sacrificio se acepte, y que a pesar de ello muera el alma por la cual se haya aceptado el sacrificio. Si el alma del creyente se pudiera condenar, ¿para qué tal sacrificio? Si Jesús murió en mi lugar, ¿por qué debo morir yo también?
Te diré algo de mi mismo para animarte. Mi única esperanza de entrar en la gloria descansa en la plena redención de Cristo realizada en la cruz del Calvario por los impíos. En esto descanso firmemente, ni sombra de esperanza tengo en alguna otra cosa.