Vv. 6—11. El desierto es emblema del mundo; el creyente sale de él cuando es libertado del amor a los placeres y del vagar pecaminoso, y se niega a someterse a sus costumbres y modas, para buscar la felicidad en la comunión con el Salvador. El alma pobre subirá, al final, bajo la conducción del Consolador; como una nube de incienso que asciende desde el altar, o el humo de los holocaustos. Esto significa afectos piadosos y devotos, y el ascenso al cielo del alma. El creyente está lleno con la gracia del Espíritu de Dios; sus devociones son ahora muy vívidas. Estas gracias y consuelos son del Canaán celestial. —Quien es la Paz de su pueblo, el Rey de la Sion celestial, ha provisto para la conducción a salvo de sus redimidos a través del desierto de este mundo. El lecho o palanquín fue diseñado para el descanso y fácil traslado, pero su belleza y magnificencia demuestra la calidad de su dueño. La Iglesia está bien guardada; más están con ella que contra ella: los creyentes, cuando reposan en Cristo y con Él, aunque tengan sus temores en la noche, están aún a salvo. —El carruaje denota aquí al pacto de la redención, el camino de nuestra salvación.
Esta es la obra de Cristo que lo hace amado y admirado a los ojos de los creyentes. Está enmarcado y concebido para la gloria de Cristo y consuelo de los creyentes; está bien ordenado en todas las cosas y seguro. La sangre del pacto, esta púrpura rica es la cubierta del carruaje, por el cual los creyentes son protegidos del viento, de las tormentas de la ira divina, y los trastornos de este mundo; pero el medio es el amor de Cristo que sobrepuja el conocimiento, es para que sobre Él reposen los creyentes. —Cristo, en su evangelio, se manifiesta Él mismo. Nótese especialmente su corona. La aplicación de esto a Cristo anuncia la honra puesta en Él, y su poder y dominio.