Vv. 14—17. La Iglesia es la paloma de Cristo; ella regresa a Él, como a su Noé. Cristo es la Roca, el único en quien ella puede sentirse a salvo y encontrarse segura, como tórtola en el agujero de una roca, cuando es atacada por las aves de presa. Cristo la llama que venga directamente al trono de la gracia, teniendo ahí un gran Sumo Sacerdote, para decir cuál es su petición. Habla libremente. No temas al rechazo ni el desprecio. La voz de la oración es dulce y aceptable para Dios; aquellos que son santificados tienen la mejor belleza. —Los primeros albores de pensamiento y deseos pecaminosos, los comienzos de búsquedas fútiles que desperdician el tiempo, las visitas triviales, los pequeños desvíos de la verdad, lo que sea que admita algo de conformidad con el mundo, todos estos, y muchos más son zorras pequeñas que destruyen sus gracias y consuelos, y aplastan los buenos comienzos.
Lo que encontremos sea un estorbo para nosotros en lo que es bueno, debemos hacerlo a un lado. —Él se alimentó entre los lirios; esto muestra la graciosa presencia de Cristo entre los creyentes. Él es amable con todo Su pueblo. Les corresponde creer esto, cuando están abandonados y ausentes, para poder rechazar las tentaciones. —Las sombras de la dispensación judía fueron disipadas por el alba del día del evangelio. Y un día de consuelo vendrá después de una noche de abandono. Sube los montes de Beter, “los montes que dividen”, esperando por ese día de luz y amor. Cristo vendrá sobre cada monte divisorio para llevarnos a casa a Él mismo.