Vv. 1—6. Feliz el pueblo cuyo rey hace del poder de Dios su confianza, y de la salvación de Dios su
gozo; se complace por todo progreso del reino de Dios, y confía en Dios como apoyo en todo lo que
hace a su servicio. Todas las bendiciones que recibimos son bendiciones procedentes de la bondad, y
se deben exclusivamente a la bondad de Dios, y no a mérito ninguno de nosotros. Pero cuando las
bendiciones de Dios llegan antes y son más ricas de lo que imaginamos; cuando nos son dadas antes
que oremos; antes que estemos preparados para recibirlas, y cuando tememos lo contrario, entonces
puede decirse verazmente que previno, o se adelantó a nosotros.
Ciertamente, nada impidió o se adelantó a Cristo, pero nunca hubo para la humanidad favor dado con más anticipación que nuestra redención por Cristo. Tú has hecho que sea una bendición universal, eterna para el mundo, en quien
son y serán benditas las familias de la tierra; y, así, le llenaste de alegría con tu presencia en su
empresa, y junto a él en sus esfuerzos por lograrla. El Espíritu de profecía surge de lo relacionado
con el rey, en lo que es peculiar de Cristo; ningún otro es bendecido para siempre, mucho menos con
bendición eterna.