Hasta el más grande de los hombres puede estar en muy grave aprieto. Ni la corona en la cabeza real,
ni la gracia de su corazón le librarán de las aflicciones. Hasta el más grande de los hombres debe
orar mucho. Nadie que sea capaz de orar por sí mismo y descuida la oración, espere el beneficio de
las oraciones de la iglesia o de sus amigos. Debe orar que Dios proteja su persona y preserve su vida.
Que Dios le capacite para seguir en sus empresas en pro del bien público. Podemos saber que Dios
acepta nuestros sacrificios espirituales si, por su Espíritu, enciende un santo fuego de piedad y amor
a Dios en nuestra alma. También él debe rogar que el Señor corone con éxito sus empresas. Nuestro
primer paso a la victoria en la guerra espiritual es confiar solamente en la misericordia y la gracia de
Dios; todos los que confían en sí mismos pronto serán derribados. —Los creyentes triunfan en Dios
y su revelación, en lo que se distinguen de quienes viven sin Dios en el mundo. Los que tienen
gratitud a Dios y su nombre, pueden confiar en Dios y su nombre.
Así ocurrió cuando el orgullo y el poder de la incredulidad judía y la idolatría pagana, cayeron ante
los sermones y la vida de los humildes creyentes en Jesús. Así ocurre en todo conflicto con nuestros
enemigos espirituales; así ocurrirá en el último día, cuando el mundo, junto con su príncipe, sea derribado
y caiga; pero los creyentes, levantados de entre los muertos por la resurrección del Señor, se levantarán y cantarán sus
alabanzas en el cielo. Regocijémonos en la salvación de Cristo y alcemos nuestros estandartes en el
nombre del Señor nuestro Dios, seguros de que seremos vencedores de todo enemigo por la fuerza
salvadora de su diestra.
SALMO