David huye a refugiarse en Dios con confianza y regocijo. Los que reconocen que Jehová es su
Señor, deben acordarse a menudo de lo que han hecho, recibir su consuelo y vivir conforme a ello.
Él se consagra al honor de Dios en el servicio de los santos. Nosotros debemos ser santos en la tierra
o nunca seremos santos en el cielo. Los que han sido renovados por la gracia de Dios y consagrados
a la gloria de Dios, son santos en la tierra. Los santos en la tierra son excelentes, pero algunos son
tan pobres que necesitan que se les extienda la bondad de David. —Este declara su resolución de no
tener comunión con las obras de las tinieblas; él repite la elección solemne que ha hecho de Dios
como su porción y felicidad; acepta el consuelo de la elección y da la gloria por ello a Dios. Este es
el lenguaje del alma devota y piadosa. La mayoría toma al mundo como su sumo bien y ponen su
felicidad en gozarlo; pero por pobre que sea mi situación en este mundo, déjenme tener el amor y el
favor de Dios y ser aceptado por Él; por la promesa déjenme tener el derecho a la vida y la felicidad
del estado futuro, y con eso me basta. El cielo es una heredad; debemos tomarlo por nuestro hogar,
nuestro reposo, nuestro bien eterno, y mirar este mundo como que ya no es nuestro, como que no es
más que un territorio por el cual pasa nuestro camino a la casa de nuestro Padre. Los que tienen a
Dios como su porción, tienen una herencia santa. Regresa a tu reposo, oh, alma mía, y no busques
más. Las personas que están bajo la gracia nunca codician más que a Dios, aunque siempre quieren
más de Dios; pero, estando satisfechos de su amor y bondad, están abundantemente satisfechos con
ella: ellos no envidian nada de los placeres y alegrías carnales. Pero tan ignorantes y necios somos,
que si somos dejados a nuestra discresión, abandonaremos las misericordias recibidas a cambio de
vanidades mentirosas. —David, habiendo recibido consejo de Dios por su palabra y su Espíritu, sus
propios pensamientos le enseñaron en sesión nocturna y lo comprometieron por fe a vivir para Dios.
Los versículos 8—11 son citados por San Pedro en su primer sermón, después del
derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés, Hechos ii, 25–31; declara que David habla de
Cristo y, particularmente, de su resurrección. Como Cristo es la Cabeza del cuerpo, la iglesia, se
pueden aplicar estos versículos a todos los cristianos, guiados y animados por el Espíritu de Cristo;
de aquí podemos aprender que es sabiduría y deber nuestro poner siempre ante nosotros al Señor. Si
nuestros ojos están siempre dirigidos a Dios, que nuestros corazones y lenguas se regocijen siempre
en Él. La muerte destruye la esperanza del hombre pero no la esperanza del cristiano verdadero. La
resurrección de Cristo es una primicia de la resurrección del creyente. Nuestra porción en este
mundo es el dolor, pero en el cielo hay gozo, plenitud de gozo; nuestros placeres de aquí son por un
momento, pero a la diestra de Dios son placeres para siempre. —A través de este tu Hijo amado y
nuestro amado Salvador, tú nos mostrarás, oh Señor, el sendero de la vida; tú justificarás ahora
nuestras almas, y levantarás nuestros cuerpos por tu poder en el último día, cuando el dolor terrenal
termine en gozo celestial y la tristeza en felicidad eterna.