Quienes temen verdaderamente a Dios y le sirven, son bien acogidos cuando depositan su confianza
en Él. El salmista antes de relatar su tentación a desconfiar de Dios, deja escrita su resolución de
confiar en Él, como aquello por la cual estaba resuelto a vivir y morir. El creyente, aunque no
aterrorizado por sus enemigos, puede ser tentado, por los temores de sus amigos, a desertar de su
posición o descuidar su obra. Ellos perciben su peligro, pero no su seguridad; ellos le dan consejos
que tienen sabor a política mundana más que a sabiduría celestial. Los principios de la religión son
los fundamentos sobre los cuales se edifican la fe y la esperanza del justo. Nos corresponde
aferrarnos a ellos contra todas las tentaciones a la incredulidad; porque los creyentes serían
deshechos si no tuvieran a Dios para recurrir, a Dios para confiar, y una bendición futura que
esperar.
La prosperidad de la gente impía en sus malos caminos, y las angustias e inquietudes a las cuales
suelen ser sometidos los mejores hombres, son una prueba para la fe de David. No tenemos que
decir: ¿Quién irá al cielo a buscarnos allá un Dios en el cual confiar? La palabra está en nosotros y
Dios en la palabra; su Espíritu está en sus santos, esos templos vivos y el Señor es aquel Espíritu.
Este Dios gobierna al mundo. Podemos saber lo que los hombres parecen ser, pero Dios sabe lo que
son, como el orfebre conoce el valor del oro cuando lo ha probado. Se dice que Dios prueba con sus
ojos, porque no puede errar ni se le puede imponer algo. —Si Él aflige con sus ojos, es para prueba
de ellos, por tanto, es para bien de ellos. Por más que por un momento puedan prosperar los
perseguidores y opresores, perecerán por siempre.
Dios es un Dios santo y, por tanto, los odia. Él es un Juez justo y, por tanto, los castigará. ¡En qué horrenda tempestad son llevados apresuradamente los malos a la muerte! Todo hombre tiene asignada la porción de su copa. ¡Pecador impenitente,
fíjate en tu condena! El último llamamiento al arrepentimiento está por serte dirigido, el juicio es
inminente; a través de la sombra tenebrosa de la muerte pasas a la región de la ira eterna. Apresúrate,
oh pecador, a la cruz de Cristo. —¿Cómo está el caso entre Dios y nuestra alma? ¿Es Cristo nuestra
esperanza, nuestro consuelo, nuestra seguridad? Entonces, y no de otra manera, será el alma llevada
a través de todas sus dificultades y conflictos.