Vv. 1, 2. El salmista procura dar a Dios la gloria debida a su nombre. ¡Cuán brillante reluce esta
gloria aun en este mundo inferior! Es nuestro porque Él nos hizo, nos protege y tiene especial
cuidado de nosotros. Su nacimiento, su vida, su ministerio, sus milagros, su sufrimiento, su muerte,
su resurrección y su ascensión son conocidas en todo el mundo. Ningún nombre es tan universal,
ningún poder e influencia tan generalmente sentida como el del Salvador de la humanidad. Pero,
¡cuánto más brillante reluce en el mundo superior! En esta tierra nosotros sólo oímos el excelente
nombre de Dios y lo alabamos; pero Él es excelso muy por encima hasta de la bendición y alabanza.
—A veces la gracia de Dios aparece maravillosamente en los niños pequeños.
A veces el poder de Dios hace que pasen cosas grandiosas en su iglesia, por medio de instrumentos débiles e
improbables, para que pueda aparecer más evidentemente que la excelencia del poder es de Dios y
no del hombre. Él hace esto debido a sus enemigos, para acallarlos.