El primer pensamiento del rey Acab, después de encontrarse con el profeta Elías pudo haber sido: ¡Qué presumido! ¿Qué se creerá este tipo que es? Elías entró en escena y confrontó al impío rey de Israel con un mensaje que pronto afectaría la vida de todas las personas en la región.
La validez de la revelación de Elías dependía de la Fuente, no del emisario. Elías era un hombre de gran fe que creía lo que Dios le decía; podía hablar valientemente con autoridad, porque conocía a Aquel que le daba el mensaje. Pasaba tiempo a solas con el Señor, y escuchaba cada una de las palabras que Él le decía.
No debemos esperar que nuestro Padre celestial nos hable exactamente de la misma manera que hablaba a los profetas en el Antiguo Testamento, aunque la forma de recibir su mensaje no haya cambiado. Comienza con estar a solas en su presencia e implica escuchar mientras Él habla por medio de su Palabra. Lo cual no debe quedarse allí.
Los profetas tenían la responsabilidad de decir a las personas lo que el Señor les indicaba. Asimismo, nosotros debemos contar lo que aprendemos de la Palabra de Dios. El tiempo devocional con el Señor no se trata de nuestros intereses y necesidades. El Padre celestial nos bendice para que podamos bendecir a quienes nos rodean.
Comience cada día a solas con Dios leyendo su Palabra y orando, escuchando lo que Él dice a su corazón. Crea lo que el Señor afirma en la Biblia, aplíquelo a su vida y comparta con alguien más lo que Él le ha indicado. Sea valiente, y recuerde que la autoridad del mensaje viene del Señor Jesucristo.