Vv. 7—11. Los intentos del dragón resultaron infructuosos contra la iglesia, y fatales para sus
propios intereses. La sede de esta guerra era el cielo; en la iglesia de Cristo, el reino del cielo en la
tierra. Las partes eran Cristo, el gran Ángel del pacto, y sus fieles seguidores; y Satanás y sus
instrumentos. La fuerza de la iglesia está en tener al Señor Jesús como Capitán de la salvación de
ellos. —La idolatría pagana, que era la adoración de los demonios, fue echada del imperio por la
difusión del cristianismo. La salvación y la fuerza de la iglesia sólo deben atribuirse al Rey y Cabeza
de la iglesia. El enemigo vencido odia la presencia de Dios, pero está dispuesto a comparecer para
acusar al pueblo de Dios. Cuidémonos para no darle causa de acusarnos; cuando hemos pecado,
presentémonos ante el Señor, a condenarnos a nosotros mismos y encomendar nuestra causa a Cristo
como nuestro Abogado. Los siervos de Dios vencen a Satanás por la sangre del Cordero, como su
causa. Por la palabra de su testimonio: la predicación poderosa del evangelio es potente, por medio
de Dios, para derribar fortalezas. Por su valor y paciencia en los sufrimientos: ellos no amaron tanto
a sus vidas, pero las rindieron por la causa de Cristo. Estos eran los guerreros y las armas por las
cuales el cristianismo derrocó el poder de la idolatría pagana; si los cristianos hubieran continuado
peleando con estas armas, y con otras como estas, sus victorias hubieran sido más numerosas y
gloriosas, y sus efectos, más duraderos. —Los redimidos vencieron por su simple confianza en la
sangre de Cristo, como la única base de sus esperanzas. En esto debemos ser como ellos. No
debemos mezclar nada más con esto..