Vv. 12—17. Cuando se abrió el sexto sello hubo un gran terremoto. Los fundamentos de las
iglesias y de los estados serán remecidos en forma terrible. Tales descripciones figuradas tan osadas
de los grandes cambios abundan en las profecías de la Escritura, porque estos sucesos son emblemas
y declaran el fin del mundo y el día del juicio. El espanto y el terror cogerán a toda clase de
hombres. Ni las grandes riquezas, el valor ni la fuerza pueden sostener a los hombres en aquel
momento. Ellos estarían contentos de no ser vistos más; sí, de no tener existencia. Aunque Cristo sea
un Cordero, puede airarse y la ira del Cordero es excesivamente espantosa; porque si nuestro
enemigo es el mismo Redentor, que apacigua la ira de Dios, ¿dónde hallaremos un amigo que alegue
por nosotros? Como los hombres tienen sus momentos de oportunidad y sus temporadas de gracia,
así Dios tiene su día de ira justa. Parece que aquí se representa el derrumbamiento del paganismo del
imperio romano. Se describe a los idólatras ocultándose en sus cuevas y cavernas secretas, buscando
vanamente escapar de la destrucción. En tal día, cuando los signos de los tiempos muestren, a los
que creen en la palabra de Dios, que el Rey de reyes se acerca, los cristianos están llamados a un
rumbo decidido y a confesar denodadamente a Cristo y su verdad ante sus congéneres. Sea lo que
sea que tengan que soportar, el desprecio del hombre, de corta duración, debe soportarse más que la
vergüenza que es eterna.