Vv. 12—20. Las iglesias reciben su luz de Cristo y del evangelio, y la muestran a otros. Ellas son
los candeleros de oro; deben ser preciosas y puras; no sólo los ministros, sino los miembros de ellas;
así debe brillar su luz delante de los hombres, como para llevar a otros a dar gloria a Dios. El apóstol
vio como si el Señor Jesucristo apareciera en medio de los candeleros de oro. Él siempre está con sus
iglesias, hasta el fin del mundo, llenándolas con luz, vida, y amor. Estaba vestido con un manto hasta
los pies, quizá representando su justicia y su sacerdocio, como Mediador. Esta vestimenta estaba
ceñida con un cinto de oro, que puede denotar cuán preciosos son su amor y afecto por su pueblo. Su
cabeza y cabellos blancos como lana y nieve puede representar su majestad, pureza y eternidad. Sus
ojos como llamas de fuego pueden representar su conocimiento de los secretos de todos los
corazones y de los sucesos más distantes. Sus pies, como de bronce bruñido que arde en un horno,
pueden denotar la firmeza de sus designios y la excelencia de sus procedimientos. Su voz, como el
sonido de muchas aguas, puede representar el poder de su palabra, para quitar o destruir. Las siete
estrellas eran símbolo de los ministros de las siete iglesias a las cuales tenía que escribir el apóstol, y
a quienes Cristo sostenía y mandaba. La espada representa su justicia y su palabra, que alcanza hasta
dividir alma y espíritu, Hebreos iv, 12. Su rostro era como el sol, cuando brilla clara y fuertemente;
su fuerza demasiado brillante y cegadora para que la contemplen los ojos mortales. —El apóstol
estaba sobrecogido con la grandeza del lustre y la gloria con que apareció Cristo. Nosotros bien
podemos estar contentos con andar por fe mientras estemos aquí en la tierra. El Señor Jesús dijo
palabras de consuelo: No temas. Palabras de instrucción, diciendo quién era el que así aparecía. Su
naturaleza divina: el Primero y el Último. Sus sufrimientos anteriores: estuve muerto: el mismo a
quien vieron en la cruz sus discípulos. Su resurrección y vid: he vencido a la muerte y soy partícipe
de vida eterna. Su oficio y autoridad: el dominio soberano en el mundo invisible y sobre él, como el
Juez de todo, de cuya sentencia no hay apelación. Escuchemos la voz de Cristo y recibamos las
prendas de su amor, porque ¿qué puede ocultar de aquellos por cuyos pecados murió? Entonces
obedezcamos su palabra y entreguémonos totalmente a aquel que dirige rectamente todas las cosas.