Vv. 1, 2. Poco conoce el mundo la dicha de los verdaderos seguidores de Cristo. Poco piensa el
mundo que estos pobres, humildes y despreciados son los favoritos de Dios y que habitarán en el
cielo. Los seguidores de Cristo deben contentarse con las dificultades de aquí, puesto que están en
tierra de extranjeros, donde su Señor fue tan maltratado antes que ellos. —Los hijos de Dios deben
andar por fe y vivir por esperanza. Bien pueden esperar con fe, esperanza y ferviente deseo la
revelación del Señor Jesús. Los hijos de Dios serán conocidos, y manifestados por su semejanza con
su Cabeza. Serán transformados a la misma imagen, por verle a Él.
Vv. 3—10. Los hijos de Dios saben que su Señor es de ojos muy puros que no permiten que nada
impío e impuro habite en Él. La esperanza de los hipócritas, no la de los hijos de Dios, es la que
permite la satisfacción de deseos y concupiscencias impuras. Seamos sus seguidores como hijos
amados, mostrando así nuestro sentido de su indecible misericordia y expresemos esa mentalidad
humilde, agradecida y obediente que nos corresponde. —El pecado es rechazar la ley divina. En Él,
esto es, en Cristo no hubo pecado. Él asumió todas las debilidades, pero sin pecado, que fueron
consecuencias de la caída, esto es, todas esas debilidades de la mente o cuerpo que someten al
hombre a los sufrimientos y lo exponen a la tentación. Pero Él no tuvo nuestra debilidad moral,
nuestra tendencia al pecado. —El que permanece en Cristo no practica habitualmente el pecado.
Renunciar al pecado es la gran prueba de la unión espiritual con el Señor Cristo, y de la permanencia
en Él y en su conocimiento salvador. Cuidado con engañarse a uno mismo. El que hace justicia es
justo y es seguidor de Cristo, demuestra interés por fe en su obediencia y sufrimientos. Pero el
hombre no puede actuar como el diablo y ser, al mismo tiempo, un discípulo de Cristo Jesús. No
sirvamos ni consintamos en aquello que el Hijo de Dios vino a destruir. Ser nacido de Dios es ser
internamente renovado por el poder del Espíritu de Dios. La gracia renovadora es un principio
permanente. La religión no es un arte, ni asunto de destreza o pericia sino una nueva naturaleza. La
persona regenerada no puede pecar como pecaba antes de nacer de Dios, ni como pecan otros que no
son nacidos de nuevo. Existe esa luz en su mente que le muestra el mal y la malignidad del pecado.
Existe esa inclinación en su corazón que le dispone a aborrecer y odiar el pecado. Existe el principio
espiritual que se opone a los actos pecaminosos. Y existe el arrepentimiento cuando se comete el
pecado. Pecar intencionalmente es algo contrario a él. —Los hijos de Dios y los hijos del diablo
tienen sus caracteres diferentes. La simiente de la serpiente es conocida por su descuido de la
religión y por su odio a los cristianos verdaderos. Sólo es justo ante Dios, como creyente justificado,
el que es enseñado y dispuesto a la justicia por el Espíritu Santo. En esto se manifiestan los hijos de
Dios y los hijos del diablo. Los profesantes del evangelio deben tomar muy a pecho estas verdades y
probarse a sí mismos por ellas.