Vv. 1–10. Puesto que todas las guerras y peleas vienen de las corrupciones de nuestros propios
corazones, bueno es mortificar las concupiscencias que luchan en los miembros. Las
concupiscencias mundanas y carnales son males que no permiten el contento ni la satisfacción. Los
deseos y los afectos pecaminosos impiden la oración y la obra de nuestros deseos para con Dios.
Pongámonos en guardia para no abusar o usar mal por la disposición del corazón, las misericordias
recibidas cuando se conceden las oraciones. —Cuando los hombres piden prosperidad a Dios, suelen
pedir con malas miras e intenciones. Si así buscamos las cosas de este mundo, es justo que Dios las
niegue. Los deseos incrédulos y fríos oran negaciones; podemos tener toda la seguridad de que
nuestras oraciones volverán vacías cuando responde al lenguaje de las concupiscencias más que al
lenguaje de las virtudes. —He aquí una clara advertencia a evitar todas las amistades criminales con
este mundo. La orientación del mundo es enemistad contra Dios. Un enemigo puede ser
reconciliado, pero nunca la ‘enemistad’. El hombre puede tener una porción grande de cosas de esta
vida y ser, no obstante, mantenido en el amor de Dios, pero el que pone su corazón en el mundo, al
que se conformará en vez de soltar su amistad, es un enemigo para Dios. Así, pues, cualquiera que
resuelva en todos los hechos estar en buenos términos con el mundo, debe ser enemigo de Dios.
Entonces, los judíos o los profesantes relajados del cristianismo, ¿piensan que la Escritura habla en
vano contra esta orientación al mundo? O ¿el Espíritu Santo que habita en todos los cristianos o en la
nueva naturaleza que Él crea, producen esa clase de fruto? —La corrupción natural se muestra
envidiando. El espíritu del mundo nos enseña a acumular, a apilar para nosotros conforme a nuestras
propias fantasías; Dios Espíritu Santo nos enseña a estar dispuestos a hacer el bien a todos los que
nos rodean, según podamos. La gracia de Dios corregirá y curará nuestro espíritu natural; y donde Él
da gracia, da otro espíritu que no es el del mundo. —El orgulloso resiste a Dios; en su entendimiento
resisten las verdades de Dios; en su voluntad resisten las leyes de Dios; en sus pasiones resisten la
providencia de Dios; por tanto, no es raro que Dios resista al soberbio. ¡Qué desgraciado el estado de
los que hacen de Dios su enemigo! Dios dará más gracia al humilde porque ellos ven su necesidad de
ella, oran por ella, son agradecidos de ella, y ellos la tendrán. —Someteos a Dios, versículo 7.
Somete tu entendimiento a la verdad de Dios; somete tu voluntad a la voluntad de su precepto, la
voluntad de su providencia. Someteos vosotros mismos a Dios, porque Él está dispuesto a hacerles el
bien. Si nos rendimos a las tentaciones, el diablo nos seguirá continuamente, pero si nos ponemos
toda la armadura de Dios, y le resistimos, nos dejará. Entonces, sométanse a Dios los pecadores y
busquen su gracia y favor resistiendo al diablo. Todo pecado debe lamentarse; aquí con tristeza
santa; en el más allá, con miseria eterna. El Señor no le negará el consuelo al que lamenta
verdaderamente el pecado, y exaltará al que se humille ante Él.