Vv. 1—8. Debe exponerse toda parte de la verdad y la voluntad de Dios ante todos los que profesan
el evangelio e instárselas en sus corazones y conciencias. No debemos estar siempre hablando de
cosas externas, las cuales tienen su lugar de uso pero, a menudo, consumen demasiado de nuestra
atención y tiempo, que podrían emplearse mejor. —El pecado humillado que se declara culpable y
clama misericordia, no puede tener fundamentos para desesperarse a partir de este pasaje, cualquiera
sea la acusación de su conciencia. Tampoco prueba que alguien hecho nueva criatura en Cristo
llegue a ser un apóstata definitivo. El apóstol no habla de las caídas de los meros profesos, nunca
convictos ni influidos por el evangelio. Esos no tienen nada de que caerse sino un nombre vacuo o
una confesión hipócrita. Tampoco habla de los desvíos o resbalones temporarios. Tampoco se quiere
representar aquí a esos pecados en que caen los cristianos por la fuerza de las tentaciones o el poder
de alguna lujuria mundana o carnal. Aquí se alude a la caída que significa renunciar abierta y
claramente a Cristo por enemistad de corazón contra Él, Su causa y pueblo, de parte de los hombres
que en sus mentes aprueban los actos de Sus asesinos, y todo esto después que ellos han recibido el
conocimiento de la verdad y saboreado algunos de sus consuelos. De ellos se dice que es imposible
renovarlos otra vez para el arrepentimiento. No porque la sangre de Cristo sea insuficiente para
obtener el perdón de este pecado sino que este pecado, por su misma naturaleza, se opone al
arrepentimiento y a toda cosa que a ese conduzca. Si los que temen que no haya misericordia para
ellos, por comprender erróneamente este pasaje y sus propios casos, atendieran el relato dado sobre
la naturaleza de este pecado, que es una renuncia total y voluntaria de Cristo y su causa, uniéndose a
sus enemigos, les aliviaría de sus temores equivocados. Nosotros mismos debemos tener cuidado, y
advertir al prójimo, de todo acercamiento al abismo tan terrible de la apostasía, pero al hacerlo
debemos mantenernos cerca de la palabra de Dios, teniendo cuidado de no herir ni aterrorizar al
débil o desanimar al caído y penitente. Los creyentes no sólo saborean la palabra de Dios, sino que
se la beben. Este fértil campo o huerto recibe la bendición. Pero el cristiano que lo es sólo de
nombre, sigue estéril bajo los medios de gracia y nada produce, salvo engaño y egoísmo, estando
cerca del espantoso estado recién descrito; la miseria eterna era el final reservado para él. Velemos
con humilde cautela y oración por nosotros.