Vv. 1—11. Los cristianos sinceros se regocijan en Cristo Jesús. El profeta trata de perros mudos a
los falsos profetas, Isaías lvi, 10, a lo cual parece referirse el apóstol. Perros por su malicia contra los
fieles profesantes del evangelio de Cristo, que les ladran y los muerden. Imponen las obras humanas
oponiéndolas a la fe de Cristo, pero Pablo los llama hacedores de iniquidad. —Los trata de
mutiladores, porque rasgan la Iglesia de Cristo y la despedazan. La obra de la religión no tiene
propósito alguno si el corazón no está en ella; debemos adorar a Dios con la fuerza y la gracia del
Espíritu divino. Ellos se regocijan en Cristo Jesús, no solo en el deleite y cumplimiento externo.
Nunca nos resguardaremos con demasía de quienes se oponen a la doctrina de la salvación gratuita,
o abusan de ella. —Para gloriarse y confiar en la carne, el apóstol hubiera tenido muchos motivos
como cualquier hombre. Pero las cosas que consideró ganancia mientras era fariseo, y las había
reconocido, las consideró como pérdida por Cristo. El apóstol no les pedía que hicieran algo fuera de
lo que él mismo hacía; ni que se aventuraran en algo, sino en aquello en lo cual él mismo arriesgó su
alma inmortal. Él considera que todas esas cosas no eran sino pérdida comparadas con el
conocimiento de Cristo, por fe en su persona y salvación. —Habla de todos los deleites mundanos y
de los privilegios externos que buscaban en su corazón un lugar junto a Cristo, o podían pretender
algún mérito y algo digno de recompensa, y los cuenta como pérdida, pero puede decirse que es fácil
decirlo, pero, ¿qué haría cuando llegara la prueba? Había sufrido la pérdida de todo por los
privilegios de ser cristiano. Sí, no sólo los consideraba como pérdida, sino como la basura más vil,
sobras tiradas a los perros; no sólo menos valiosas que Cristo, sino en sumo grado despreciables
cuando se las compara con Él. —El verdadero conocimiento de Cristo modifica y cambia a los
hombres, sus juicios y modales, y los hace como si fueran hechos de nuevo. El creyente prefiere a
Cristo sabiendo que es mejor para nosotros estar sin todas las riquezas del mundo que sin Cristo y su
palabra. Veamos a qué resolvió aferrarse el apóstol: a Cristo y el cielo. Estamos perdidos, sin justicia
con la cual comparecer ante Dios, porque somos culpables. Hay una justicia provista para nosotros
en Jesucristo, la que es justicia completa y perfecta. Nadie puede tener el beneficio de ella si confía
en sí mismo. La fe es el medio establecido para solicitar el beneficio de la salvación. Es por fe en la
sangre de Cristo. Somos hechos conformes a la muerte de Cristo cuando morimos al pecado como Él
murió por el pecado; y el mundo nos es crucificado como nosotros al mundo por la cruz de Cristo. El
apóstol está dispuesto a hacer o sufrir cualquier cosa para alcanzar la gloriosa resurrección de los
santos. Esta esperanza y perspectiva lo hacen pasar por todas las dificultades de su obra. No espera
lograrlo por su mérito ni su justicia propia sino por el mérito y la justicia de Jesucristo.