Vv. 21—27. La diferencia de los creyentes que descansan sólo en Cristo y los que confían en la
ley queda explicada por las historias de Isaac e Ismael. Estas cosas son una alegoría en que el
Espíritu de Dios señala algo más además del sentido literal e histórico de las palabras. Agar y Sara
eran emblemas adecuados de las dos dispensaciones diferentes del pacto. La Jerusalén celestial, la
Iglesia verdadera de lo alto, representada por Sara está en estado de libertad y es la madre de todos
los creyentes que nacen del Espíritu Santo. Por regeneración y fe verdadera fueron parte de la
verdadera semilla de Abraham, conforme a la promesa hecha a él.
Vv. 28—31. Se aplica la historia así expuesta. Entonces, hermanos, no somos hijos de la esclava
sino de la libre. Si los privilegios de todos los creyentes son tan grandes, conforme al pacto nuevo,
¡qué absurdo sería que los convertidos gentiles estén bajo esa ley que no pudo librar a los judíos
incrédulos de la esclavitud o de la condenación! —Nosotros no hubiésemos hallado esta alegoría en
la historia de Sara y Agar si no nos hubiera sido señalada, pero no podemos dudar que así fue
concebido por el Espíritu Santo. Es una explicación del tema, no un argumento que lo compruebe.
En esto están prefigurados los dos pactos, el de obras y el de gracia, y los profesantes legales y los
evangélicos. Las obras y los frutos producidos por el poder del hombre son legales, pero si surgen de
la fe en Cristo son evangélicos. El espíritu del primer pacto es de esclavitud al pecado y la muerte. El
espíritu del segundo pacto es de libertad y liberación; no de libertad para pecar sino en deber y para
el deber. El primero es un espíritu de persecución; el segundo es un espíritu de amor. Que miren a
este los profesantes que tengan un espíritu violento, duro y autoritario hacia el pueblo de Dios. Pero
así como Abraham desechó a Agar, así es posible que el creyente se desvíe en algunas cosas al pacto
de obras, cuando por incredulidad y negligencia de la promesa actúe en su propio poder conforme a
la ley; o en un camino de violencia, no de amor, hacia sus hermanos. Sin embargo, no es su espíritu
hacerlo así, de ahí que nunca repose hasta que regrese a su dependencia de Cristo. Reposemos
nuestras almas en las Escrituras, y mostremos, por una esperanza evangélica y la obediencia
jubilosa, que nuestra conversión y tesoro están, sin duda, en el cielo.