Vv. 8—11. El cambio feliz por el cual los gálatas se volvieron de los ídolos al Dios vivo, y
recibieron, por medio de Cristo, la adopción de hijos, fue el efecto de su libre y rica gracia. Ellos
fueron puestos bajo la obligación mayor de mantener la libertad con que Él los hizo libres. Todo
nuestro conocimiento de Dios empieza de su lado; lo conocemos porque somos conocidos por Él. —
Aunque nuestra religión prohíbe la idolatría, aún hay muchos que practican la idolatría espiritual en
sus corazones. Porque lo que más ama un hombre, y aquello que más le interesa, eso es su dios:
algunos tienen sus riquezas como su dios; algunos, sus placeres, y otros, sus lujurias. Muchos
adoran, sin saber, a un dios de su propia hechura; un dios todo hecho de misericordia sin ninguna
justicia. Porque se convencen de que hay misericordia de Dios para ellos aunque no se arrepientan y
sigan en sus pecados. —Es posible que los que hicieron una gran profesión de la religión, después
sean desviados de la pureza y simplicidad. Mientras más misericordia haya mostrado Dios al llevar a
alguien a conocer el evangelio, y sus libertades y privilegios, más grande es su pecado y necedad al
tolerar que ellos mismos sean privados de ello. De aquí, pues, que todos los miembros de la iglesia
externa deban aprender a temer su yo, y a sospechar de sí mismos. No debemos contentarnos con
tener algunas cosas buenas en nosotros. Pablo teme que su labor fuera en vano, pero aún se esfuerza;
y el hacerlo así, siga lo que siguiere, es la verdadera sabiduría y el temor de Dios. Esto debe recordar
cada hombre en su puesto y llamamiento.