Vv. 1—7. Los mejores hombres desmayarán si no recibieran misericordia de Dios. Podemos confiar
en esa misericordia que nos ha socorrido sacándonos y llevándonos adelante, hasta ahora, para que
nos ayude hasta el fin. Los apóstoles no tenían intenciones malas ni bajas recubiertas con
pretensiones superficialmente equitativas y buenas. No trataron que el ministerio de ellos sirviera
para un turno. La sinceridad o la rectitud guardará la opinión favorable de los hombres buenos y
sabios. Cristo por su evangelio hace una revelación gloriosa a la mente de los hombres, pero el
designio del diablo es mantener a los hombres en la ignorancia; cuando no puede mantener fuera del
mundo la luz del evangelio de Cristo, no se ahorra esfuerzos para mantener a los hombres fuera del
evangelio o ponerlos en contra. —El rechazo del evangelio aquí se atribuye a la ceguera voluntaria y
a la maldad del corazón humano. El yo no era el tema ni el fin de la predicación de los apóstoles;
ellos predicaban a Cristo como Jesús, el Salvador y Libertador, que salva hasta lo sumo a todos los
que vayan a Dios por su intermedio. Los ministros son siervos de las almas de los hombres; deben
evitar volverse siervos de los humores o lujurias de los hombres. —Es agradable contemplar el sol
en el firmamento, pero es más agradable y provechoso que el evangelio brille en el corazón. Como la
luz fue al principio de la primera creación, así, también, en la nueva creación, la luz del Espíritu es
su primera obra en el alma. El tesoro de luz y gracia del evangelio está puesto en vasos de barro. Los
ministros del evangelio están sometidos a las mismas pasiones y debilidades que los demás hombres.
Dios podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer la doctrina gloriosa del evangelio o
podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para enseñar a las naciones, pero
escogió vasos más humildes, más débiles, para que su poder sea altamente glorificado al sostenerlos,
y en el bendito cambio obrado por el ministerio de ellos.