Vv. 27—31. El desprecio, el odio, la envidia y la discordia son muy antinaturales en los
cristianos. Es como si los miembros del mismo cuerpo no se interesaran unos por otros o se pelearan
entre sí. Así, se condenan el espíritu orgulloso y belicoso que prevalecía en cuanto a los dones
espirituales. —Se mencionan los ministerios y dones, o favores, dispensados por el Espíritu Santo.
Los ministros principales; las personas capacitadas para interpretar las Escrituras; los que trabajaban
en palabra y doctrina; los que tenían poder para sanar enfermedades; los que socorrían a los
enfermos y débiles; los que administraban el dinero dado por la Iglesia para caridad, y administraban
los asuntos de la iglesia; y los que podían hablar diversas lenguas. Lo que está en el rango inferior y
último de esta lista es el poder para hablar lenguas; ¡cuán vano es que un hombre haga eso sólo para
divertirse o enaltecerse! Nótese la distribución de estos dones, no a todos por igual, versículos 29,
30, cosa que hubiera hecho igual a toda la Iglesia; como si el cuerpo fuera todo oído, o todo ojo. El
Espíritu distribuye a cada uno como le place. Debemos estar contentos aunque seamos inferiores y
menos que los demás. No debemos despreciar a los demás si tenemos dones más grandes. ¡Qué
bendecida sería la Iglesia cristiana si todos sus miembros cumplieran su deber! En lugar de codiciar
los puestos más altos, o los dones más espléndidos, dejemos que Dios nombre sus instrumentos, y
aquellos en los que obre por su providencia. Recordemos, en el más allá no serán aprobados los que
procuran los puestos altos, sino los que sean más fieles a la tarea que se les encomendó, y los más
diligentes en la obra de su Maestro.