Vv. 23—34. El apóstol describe la ordenanza sagrada, de la cual tenía conocimiento por
revelación de Cristo. En cuanto a los signos visibles, estos son el pan y el vino. Lo que se come se
llama pan, aunque al mismo tiempo se dice que es el cuerpo del Señor, mostrando claramente que el
apóstol no quería significar que el pan fuese cambiado en carne. San Mateo nos dice que nuestro
Señor les invitó a todos a beber de la copa, capítulo xxvi, 27, como si hubiera previsto, con esta
expresión, que un creyente fuese privado de la copa. Las cosas significadas por estos signos
externos, son el cuerpo y la sangre de Cristo, su cuerpo partido, su sangre derramada, junto con
todos los beneficios que fluyen de su muerte y sacrificio. —Las acciones de nuestro Señor fueron, al
tomar el pan y la copa, dar gracias, partir el pan y dar el uno y la otra. Las acciones de los
comulgantes fueron, tomar el pan y comer, tomar la copa y beber, haciendo ambas cosas en memoria
de Cristo. Pero los actos externos no son el todo ni la parte principal de lo que debe hacerse en esta
santa ordenanza. Los que participan de ella tienen que tomarlo a Él como su Señor y su Vida,
rendirse a Él y vivir para Él. —En ella tenemos un relato de las finalidades de esta ordenanza. Tiene
que hacerse en memoria de Cristo, para mantener fresca en nuestras mentes su muerte por nosotros,
y también, para recordar a Cristo que intercede por nosotros a la diestra de Dios en virtud de su
muerte. No es tan sólo en memoria de Cristo, de lo que Él hizo y sufrió, sino para celebrar su gracia
en nuestra redención. Declaramos que su muerte es nuestra vida, la fuente de todos nuestros
consuelos y esperanzas. Nos gloriamos en tal declaración; mostramos su muerte y la reclamamos
como nuestro sacrificio y nuestro rescate aceptado. La cena del Señor no es una ordenanza que se
observe sólo por un tiempo, pero debe ser perpetua. —El apóstol expone a los corintios el peligro de
recibirla con un estado mental inapropiado o conservando el pacto con el pecado y la muerte
mientras se profesa renovar y confirmar el pacto con Dios. Sin duda, ellos incurren en gran culpa y
así se vuelven materia obligada de juicios espirituales. Pero los creyentes temerosos no deben
descorazonarse de asistir a esta santa ordenanza. El Espíritu Santo nunca hubiera hecho que esta
Escritura se hubiese puesto por escrito para disuadir de su deber a los cristianos serios, aunque el
diablo la ha usado a menudo. El apóstol estaba dirigiéndose a los cristianos y les advierte que estén
alerta ante los juicios temporales con que Dios corrige a sus siervos que le ofenden. En medio de la
ira, Dios se acuerda de la misericordia: muchas veces castiga a los que ama. Mejor es soportar
problemas en este mundo que ser miserable para siempre. —El apóstol señala el deber de los que
van a la mesa del Señor. El examen de uno mismo es necesario para participar correctamente en esta
ordenanza sagrada. Si nos examináramos cabalmente para condenar y enderezar lo que hallemos
malo, podríamos detener los juicios divinos. —El apóstol termina todo con una advertencia contra
las irregularidades en la mesa del Señor, de las cuales eran culpables los corintios. Cuidemos todos
de esto para que ellos no se unan a la adoración de Dios como para provocarle y acarrearse venganza
sobre sí.