Vv. 7—13. No tenemos razón para ser orgullosos; todo lo que tenemos o somos o hacemos, que
sea bueno, se debe a la gracia rica y libre de Dios. Un pecador arrebatado de la destrucción por la
sola gracia soberana, debe ser muy absurdo e incoherente si se enorgullece de las dádivas libres de
Dios. San Pablo explica sus propias circunstancias, versículo 9. Se alude a los espectáculos crueles
de los juegos romanos, donde se forzaba a los hombres a cortarse en pedazos unos a otros, para
divertir a la gente; y donde el triunfador no escapaba vivo, aunque debía destruir a su adversario,
porque era conservado sólo para otro combate más, y, hasta que fuera muerto. Pensar que hay
muchos ojos puestos sobre los creyentes, cuando luchan con dificultades o tentaciones, debe
estimular el valor y la paciencia. “Somos débiles, pero somos fuertes”. Todos los cristianos no son
expuestos por igual. Algunos sufren tribulaciones más grandes que otros. —El apóstol entra a
detallar sus sufrimientos. ¡Y cuán gloriosas son la caridad y la devoción que los hacen pasar por
todas estas aflicciones! Sufrieron en sus personas y caracteres como los peores y más viles de los
hombres, como la inmundicia misma del mundo, que debía ser barrida; sí, como el desecho de todas
las cosas, la escoria de todas las cosas. Todo aquel que desee ser fiel a Jesucristo debe prepararse
para la pobreza y el desprecio. Sea lo que sea lo que sufran los discípulos de Cristo de parte de los
hombres, deben seguir el ejemplo y cumplir los preceptos y la voluntad de su Señor. Deben estar
contentos con Él y por Él, por ser sometidos a desprecios y abusos. Mucho mejor es ser rechazado,
despreciado y soportar abusos, como fue San Pablo, que tener la buena opinión y el favor del mundo.
Aunque seamos desechados del mundo por viles, aun así, seamos preciosos para Dios, reunidos con
su propia mano y puestos en su trono.