Vv. 16, 17. De otras partes de la epístola surge que los falsos maestros de los corintios enseñaban
doctrinas impías. Tal enseñanza tendía a corromper, a contaminar, y a destruir el edificio que debe
mantenerse puro y santo para Dios. Los que difunden principios relajados, que hacen impía a la
Iglesia de Dios, se acarrean destrucción a sí mismos. Cristo habita por su Espíritu en todos los
creyentes verdaderos. Los cristianos son santos por profesión de fe y deben ser puros y limpios de
corazón y de conversación. Se engaña el que se considera templo del Espíritu Santo, pero no se
preocupa por la santidad personal o la paz y la pureza de la Iglesia.
Vv. 18—23. Tener una opinión elevada de nuestra propia sabiduría no es sino halagarnos y el
halago de uno mismo es el paso que sigue al de engañarse uno mismo. La sabiduría que estiman los
hombres mundanos es necedad para Dios. ¡Con cuánta justicia Él desprecia y con cuánta facilidad
puede Él confundirlo e impedir su progreso! Los pensamientos de los hombres más sabios del
mundo tienen vanidad, debilidad y necedad en ellos. Todo esto debe enseñarnos a ser humildes y
ponernos en disposición para ser enseñados por Dios, como para que las pretensiones de la sabiduría
y pericia humanas no nos descarríen de las claras verdades reveladas por Cristo. La humanidad es
muy buena para oponerse al designio de las misericordias de Dios. —Obsérvese las riquezas
espirituales del creyente verdadero: “Todas son tuyas” hasta los ministros y las ordenanzas. Sí, el
mundo mismo es tuyo. Los santos tienen tanto de éste como la sabiduría infinita estime conveniente
para ellos, y lo tienen con la bendición divina. La vida es tuya, para que tengas tiempo y oportunidad
de prepararte para la vida del cielo; y la muerte es tuya para que puedas ir a poseerlo. Es el buen
mensajero que te saca del pecado y de la pena y te guía a la casa de tu Padre. Las cosas presentes son
tuyas para sustentarte en el camino; las cosas venideras son tuyas para deleitarte por siempre al final
de tu viaje. Si pertenecemos a Cristo, y somos leales a Él, todo lo bueno nos pertenece y es seguro
para nosotros. Los creyentes son los súbditos de su reino. Él es el Señor de nosotros, debemos
reconocer su dominio y someternos alegremente a su mandato. Dios en Cristo, reconciliando a sí
mismos al mundo pecador, y derramando las riquezas de su gracia sobre un mundo reconciliado, es
la suma y la sustancia del evangelio.