Vv. 7—13. Aunque algunos son débiles y otros son fuertes, todos deben, no obstante, estar de
acuerdo en no vivir para sí mismos. Nadie que haya dado su nombre a Cristo tiene permiso para ser
egoísta; eso es contrario al cristianismo verdadero. La actividad de nuestras vidas no es
complacernos a nosotros mismos, sino complacer a Dios. Cristianismo verdadero es el que hace a
Cristo el todo en todo. Aunque los cristianos sean de diferentes fuerzas, capacidades y costumbres en
cuestiones menores, aún así, todos son del Señor; todos miran a Cristo, le sirven y buscan ser
aprobados por Él. Él es el Señor de los que están vivos y los manda, a los que están muertos, los
revive y los levanta. Los cristianos no deben juzgarse ni despreciarse unos a otros, porque tanto el
uno como el otro deben rendir cuentas dentro de poco. Una consideración creyente del juicio del
gran día, debiera silenciar los juicios apresurados. Que cada hombre escudriñe su corazón y su vida;
aquel que es estricto para juzgarse y humillarse, no es apto para juzgar y despreciar a su hermano.
Debemos cuidarnos de decir y hacer cosas que puedan hacer que otros tropiecen o caigan. Lo uno
significa un grado menor de ofensa, lo otro uno mayor, los cuales pueden ser ocasión de pena o de
culpa para nuestro hermano.
Vv. 14—18. Cristo trata bondadosamente a los que tienen la gracia verdadera aunque sean
débiles en ella. Considérese la intención de la muerte de Cristo: además, de llevar un alma al pecado
amenaza destruir esa alma. Cristo se negó por nuestros hermanos, al morir por ellos, y ¿nosotros no
nos negaremos por ellos, al resguardarlos de toda indulgencia? —No podemos impedir que las
lenguas desenfrenadas hablen mal, pero no debemos darles la ocasión. Debemos negarnos en
muchos casos, de lo que es lícito, cuando nuestro quehacer pueda dañar nuestra buena fama. Nuestro
bien suele venir de que hablan mal de nosotros, porque usamos las cosas lícitas de manera egoísta y
nada caritativa. Como valoramos la reputación de lo bueno que profesamos y practicamos,
busquemos aquello de lo cual no pueda hablarse mal. Justicia, paz y gozo son palabras de enorme
significado. En cuanto a Dios, nuestro gran interés es presentarnos ante Él justificados por la muerte
de Cristo, santificados por el Espíritu de su gracia, porque el justo Señor ama la justicia. En cuanto a
nuestros hermanos, es vivir en paz, y amor, y caridad con ellos: siguiendo la paz con todos los
hombres. En cuanto a nosotros mismos, es el gozo en el Espíritu Santo; ese gozo espiritual obrado
por el bendito Espíritu en los corazones de los creyentes, que respeta a Dios como su Padre
reconciliado, y al cielo como su hogar esperado. Respecto a cumplir nuestros deberes para con
Cristo, Él solo puede hacerlos aceptables. Son más agradables a Dios los que más se complacen en
Él; y abundan en paz y gozo del Espíritu Santo. Son aprobados por los hombres sabios y buenos; y la
opinión de los demás no tiene que tomarse en cuenta.
Vv. 19—23. Muchos que desean la paz y hablan de ella en voz alta, no siguen las cosas que
hacen la paz. Mansedumbre, humildad, abnegación y amor, hacen la paz. No podemos edificar uno
sobre otro mientras peleamos y contendemos. Muchos destruyen la obra de Dios en sí mismos por la
comida y la bebida; nada destruye más el alma de un hombre que halagar y complacer la carne, y
satisfacer su lujuria; así otros son perjudicados, por una ofensa voluntariamente cometida. Las cosas
lícitas pueden volverse ilícitas si se hacen ofendiendo al hermano. Esto comprende todas las cosas
indiferentes por las cuales un hermano sea llevado a pecar, o a meterse en problemas; o que hacen
que se debiliten sus gracias, sus consuelos o sus resoluciones. ¿Tienes fe? Esa se refiere al
conocimiento y claridad en cuanto a nuestra libertad cristiana. Disfruta la comodidad que da, pero no
perturbes a los demás por el mal uso de ella. Tampoco podemos actuar contra una conciencia que
está con dudas. ¡Qué excelentes son las bendiciones del reino de Cristo, que no consiste de ritos y
ceremonias externas, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo! ¡Qué preferible es el servicio
de Dios respecto de todos los demás servicios! Al servir a Dios no somos llamados a vivir y a morir
por nosotros mismos, sino por Cristo, al cual pertenecemos y al cual debemos servir.