Vv. 11—14. Aquí se enseñan cuatro cosas, como una lista del trabajo diario del cristiano.
Cuando despertarse: ahora; y despertarse del sueño de la seguridad carnal, la pereza y la negligencia;
despertarse del sueño de la muerte espiritual, y del sueño de la muerte espiritual. Considera el
tiempo: un tiempo ocupado, un tiempo peligroso. Además, la salvación está cerca, a la mano.
Ocupémonos de nuestro camino y hagamos nuestra paz, que estamos más cerca del final de nuestro
viaje. —Además, preparémonos. La noche casi ha pasado, el día está a la mano; por tanto, es tiempo
de vestirnos. Obsérvese qué debemos quitarnos: la ropa usada en la noche. Desechad las obras
pecaminosas de las tinieblas. Obsérvese qué debemos ponernos, cómo vestir nuestras almas. Vestíos
la armadura de la luz. El cristiano debe reconocerse desnudo si no está armado. Las gracias del
Espíritu son esta armadura, para asegurar al alma contra las tentaciones de Satanás y los ataques del
presente mundo malo. Vestíos de Cristo: eso lo incluye todo. Vestíos de la justicia de Dios para la
justificación. Vestíos el Espíritu y la gracia de Cristo para santificación. Debéis vestiros del Señor
Jesucristo como Señor que os gobierna, como Jesús que os salva; y en ambos casos, como Cristo
ungido y nombrado por el Padre para la obra de reinar y salvar. —Cómo caminar. Cuando estamos
de pie y listos, no tenemos que sentarnos tranquilamente, sino salir afuera: andemos. El cristianismo
nos enseña a andar para complacer a Dios que nos ve siempre. Anda honestamente, como de día
evitando las obras de las tinieblas. Donde hay tumultos y ebriedad suele haber libertinaje y lascivia,
discordia y envidia. Salomón las juntó a todas, Proverbios xxiii, 29–35. Fíjate en la provisión que
harás. Nuestro mayor cuidado debe ser por nuestras almas: ¿pero debemos no cuidar nuestros
cuerpos? Sí, pero hay dos cosas prohibidas. Confundirnos con afán ansioso y perturbador, y darnos
el gusto de los deseos ilícitos. Las necesidades naturales deben ser suplidas, pero hay que controlar y
negarse los malos apetitos. Nuestro deber es pedir carne para nuestras necesidades, se nos enseña a
orar pidiendo el pan cotidiano, pero pedir carne para nuestras lujurias es provocar a Dios, Salmo
lxxviii, 18.