Vv. 17—21. Desde que los hombres se hicieron enemigos de Dios, han estado muy dispuestos a
ser enemigos entre sí. Los que abrazan la religión deben esperar encontrarse con enemigos en un
mundo cuyas sonrisas rara vez concuerdan con las de Cristo. No paguéis a nadie mal por mal. Esa es
una recompensa brutal, apta sólo para los animales que no tienen consciencia de ningún ser superior,
o de ninguna existencia después de esta. Y no sólo hagáis, sino estudiad y cuidaos para hacer lo que
es amistoso y encomiable, y que hace que la religión resulte recomendable a todos aquellos con los
que converséis. —Estudia las cosas que traen la paz; si es posible, sin ofender a Dios ni herir la
conciencia. No os venguéis vosotros mismos. Esta es una lección difícil para la naturaleza corrupta;
por tanto, se da el remedio para eso. Dejad lugar a la ira. Cuando la pasión del hombre está en su
auge, y el torrente es fuerte, déjelo pasar no sea que sea enfurecido más aún contra nosotros. La línea
de nuestro deber está claramente marcada y si nuestros enemigos no son derretidos por la benignidad
perseverante, no tenemos que buscar la venganza; ellos serán consumidos por la fiera ira de ese Dios
al que pertenece la venganza. —El último versículo sugiere lo que es fácilmente entendido por el
mundo: que en toda discordia y contienda son vencidos los que se vengan, y son vencedores los que
perdonan. No te dejes aplastar por el mal. Aprende a derrotar las malas intenciones en tu contra, ya
sea para cambiarlas o para preservar tu paz. El que tiene esta regla en su espíritu, es mejor que el
poderoso. Se puede preguntar a los hijos de Dios si para ellos no es más dulce, que todo bien
terrenal, que Dios los capacite por su Espíritu de manera que sea éste su sentir y su actuar.