Vv. 7—13. No hay manera de llegar al conocimiento del pecado, que es necesario para el
arrepentimiento y, por tanto, para la paz y el perdón, sino tratando nuestros corazones y vidas con la
ley. En su propio caso el apóstol no hubiera conocido la pecaminosidad de sus pensamientos,
motivos y acciones sino por la ley. Esa norma perfecta mostró cuán malo era su corazón y su vida,
probando que sus pecados eran más numerosos de lo que había pensado antes, pero no contenía
ninguna cláusula de misericordia o gracia para su alivio. —Ignora la naturaleza humana y la
perversidad de su propio corazón aquel que no advierte en sí mismo la facilidad para imaginar que
hay algo deseable en lo que está fuera de su alcance. Podemos captar esto en nuestros hijos, aunque
el amor propio nos enceguezca al respecto en nosotros mismos. Mientras más humilde y espiritual
sea un cristiano, más verá que el apóstol describe al creyente verdadero, desde sus primeras
convicciones de pecado hasta su mayor progreso en la gracia, durante este presente estado
imperfecto. San Pablo fue una vez fariseo, ignorante de la espiritualidad de la ley, que tenía cierto
carácter correcto sin conocer su depravación interior. Cuando el mandamiento llegó a su conciencia
por la convicción del Espíritu Santo, y vio lo que exigía, halló que su mente pecaminosa se levantaba
en contra. Al mismo tiempo sintió la maldad del pecado, su propio estado pecaminoso, y que era
incapaz de cumplir la ley y que era como un criminal condenado. —Sin embargo, aunque el
principio del mal en el corazón humano produce malas motivaciones, y más aun tomando ocasión
por el mandamiento; de todos modos la ley es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno. No es
favorable al pecado lo que lo busca en el corazón y lo descubre y reprueba en su accionar interior.
Nada es tan bueno que una naturaleza corrupta y viciosa no pervierta. El mismo calor que ablanda la
cera endurece al barro. El alimento o el remedio, cuando se toman mal, pueden causar la muerte,
aunque su naturaleza es nutrir o sanar. La ley puede causar la muerte por medio de la depravación
del hombre, pero el pecado es el veneno que produce la muerte. No la ley, sino el pecado descubierto
por la ley fue hecho muerte para el apóstol. La naturaleza destructora del pecado, la pecaminosidad
del corazón humano son claramente señalados aquí.