Vv. 19—24. Los primeros predicadores del evangelio en Antioquía fueron dispersados desde
Jerusalén por la persecución; de ese modo lo que pretendía dañar la Iglesia, se hizo que obrara para
su bien. La ira del hombre se convierte en alabanza a Dios. —¿Qué deben predicar los ministros de
Cristo sino a Cristo? ¿A Cristo, y crucificado? ¿A Cristo, y glorificado? La predicación de ellos fue
acompañada de poder divino. La mano del Señor estaba con ellos para llevar a los corazones y a las
conciencias de los hombres lo que sólo se podía decir al oído externo. Ellos creyeron, fueron
convencidos de la verdad del evangelio. Se convirtieron desde una manera de vivir carnal e indolente
a una vida santa, espiritual y celestial. Se convirtieron de adorar a Dios para ser vistos y por
formalismo a adorarle en Espíritu y en verdad. Se convirtieron al Señor Jesús que llegó a ser todo en
todo para ellos. Esta fue la obra de conversión realizada en ellos y la que debe efectuarse en cada
uno de nosotros. Fue fruto de su fe; todos los que creen sinceramente, se convertirán al Señor.
Cuando se predica al Señor Jesús con claridad, y conforme a las Escrituras, Él dará éxito; y cuando
los pecadores son de esta manera llevados al Señor, los hombres realmente buenos, que están llenos
de fe y del Espíritu Santo, admirarán y se regocijarán en la gracia de Dios concedida a ellos. Bernabé
estaba lleno de fe; lleno de la gracia de la fe, y lleno de los frutos de la fe que obra por amor.