Vv. 20—24. Los sufrimientos, los dolores, y la muerte parecen formidables aun al cristiano
experimentado; pero, en la esperanza de glorificar a Dios, de dejar un mundo pecador, y estar
presente con su Señor, aquel se vuelve presto a obedecer el llamado del Redentor y seguirle hacia la
gloria a través de la muerte. —La voluntad de Cristo es que sus discípulos se ocupen de su deber sin
andar curioseando hechos futuros, sea acerca de sí o del prójimo. Somos buenos para ponernos
ansiosos por muchas cosas que nada tienen que ver con nosotros. Los asuntos de otras personas nada
son para que nos entrometamos; debemos trabajar tranquilamente y ocuparnos de nuestros asuntos.
Se hacen muchas preguntas curiosas sobre los consejos de Dios, y el estado del mundo invisible, a
las cuales podemos responder, ¿qué a nosotros? Si atendemos el deber de seguir a Cristo, no
hallaremos corazón ni tiempo para meternos en lo que no nos corresponde. —¡Cuán poco se puede
confiar en las tradiciones orales! Que la Escritura se interprete y se explique a sí misma; porque en
gran medida, es evidencia y prueba en sí misma, porque es luz. Nótese la facilidad de enmendar
errores, como aquellos, por la propia palabra de Cristo. El lenguaje de la Escritura es el canal más
seguro para la verdad de la Escritura: las palabras que enseña el Espíritu Santo, 1 Corintios ii, 13.
Los que no concuerdan en los mismos términos del arte, y su aplicación, pueden, no obstante, estar
de acuerdo en los mismos términos de la Escritura, y amarse unos a otros.
V. 25. Se escribió sólo una pequeña parte de los actos de Jesús; pero bendigamos a Dios por todo
lo que está en las Escrituras y agradezcamos que haya tanto en tan poco espacio. Suficiente quedó
escrito para dirigir nuestra fe, y regir nuestra práctica; más, hubiera sido innecesario. —Mucho de lo
escrito es pasado por alto, mucho se olvida, y mucho es hecho cuestión de controversias dudosos.
Sin embargo, podemos esperar el gozo que recibiremos en el cielo del conocimiento más completo
de todo lo que Jesús hizo y dijo, y de la conducta de su providencia y gracia en sus tratos con cada
uno de nosotros. Sea esta nuestra felicidad. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre, capítulo xx, 31.