Vv. 31—35. Cristo había sido glorificado en muchos milagros que obró, pero habla de ser
glorificado, ahora, en sus sufrimientos, como si eso fuera más que todas sus otras glorias en su
estado de humillación. Así fue hecha satisfacción por el mal hecho a Dios por el pecado del hombre.
No podemos seguir ahora a nuestro Señor a su dicha celestial, pero si creemos verdaderamente en Él,
lo seguiremos en el más allá; mientras tanto, debemos esperar su tiempo y hacer su obra. —Antes
que Cristo dejara a los discípulos, les daría un nuevo mandamiento. Ellos tenían que amarse unos a
otros por amor a Cristo y, conforme a su ejemplo, buscar lo que beneficie al prójimo, y fomente la
causa del evangelio, como un solo cuerpo animado por una sola alma. Este mandamiento aún parece
nuevo para muchos profesantes. En general, los hombres notan cualquiera otra palabra de Cristo
antes que estas. Por esto se revela, si los seguidores de Cristo no se demuestran amor unos a otros,
dan causa para sospechar de su sinceridad.
Vv. 36—38. Pedro pasó por alto lo que Cristo dijo sobre el amor fraternal, pero habló de aquello
sobre lo cual Cristo los mantuvo ignorantes. Común es tener más celo por saber cosas secretas, que
corresponden sólo a Dios, que por cosas reveladas que nos corresponden a nosotros y a nuestros
hijos; tener más deseo de satisfacer nuestra curiosidad que dirigir nuestra conciencia; saber qué se
hace en el cielo más de lo que debemos hacer para llegar allá. ¡Qué pronto se deja de hablar sobre lo
que es claro y edificante, mientras se sigue el debate dudoso como lucha interminable de palabras!
Somos dados a tomar mal que nos digan que no podemos hacer esto o aquello, aunque sin Cristo
nada podemos hacer. Cristo nos conoce mejor que nosotros mismos, y tiene muchas maneras de
descubrir a los que ama, y esconder el orgullo para ellos. Dediquémonos a mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz, a amarnos fervientemente unos a otros con corazón puro, y a andar
humildemente con nuestro Dios.