Vv. 1—6. Estar enfermos no es nada nuevo para quienes Cristo ama; las dolencias corporales
corrigen la corrupción y prueban las gracias del pueblo de Dios. Él no vino a resguardar a su pueblo
de estas aflicciones, sino a salvarlos de sus pecados, y de la ira venidera; sin embargo, nos
corresponde apelar a Él por cuenta de nuestros amigos y parientes cuando están enfermos y
afligidos. Que esto nos reconcilie con el lado más oscuro de la Providencia, que todo es para la
gloria de Dios: así son enfermedad, pérdida, desilusión; y debemos satisfacernos si Dios es
glorificado. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Favorecidas grandemente son las
familias en que abundan el amor y la paz, pero son felices hasta lo sumo aquellas a las que Jesús
ama, y por las que es amado. Ay, que este raras veces sea el caso de cada persona, aun en familias
pequeñas. —Dios tiene intenciones buenas aun cuando parece demorar. Cuando tarda la obra de
liberación temporal o espiritual, pública o personal, se debe a que espera el momento oportuno.
Vv. 7—10. Cristo nunca pone en peligro a su pueblo si no va con ellos. Somos dados a pensar
que somos celosos por el Señor cuando, en realidad, somos celosos sólo por nuestra riqueza, crédito,
comodidad y seguridad; por tanto, necesitamos probar nuestros principios. Nuestro día será
prolongado hasta que nuestra obra esté hecha y finalizado nuestro testimonio. El hombre tiene
consuelo y satisfacción mientras va en el camino de su deber, según lo estipule la palabra de Dios, y
esté determinado por la providencia de Dios. Donde quiera que Cristo fue, anduvo en el día, y así
nosotros si seguimos sus pasos. Si un hombre anda en el camino de su corazón, conforme al rumbo
de este mundo, si considera más sus razonamientos carnales que la voluntad y la gloria de Dios, cae
en tentaciones y trampas. Tropieza porque no hay luz en él, porque la luz en nosotros es a nuestras
acciones morales como la luz alrededor de nosotros es a nuestras acciones naturales.