Vv. 15—20. Juan el Bautista reconoce que no es el Cristo; pero confirma las expectativas de la
gente sobre el tan largamente prometido Mesías. Sólo podía exhortarlos a arrepentirse y asegurar el
perdón por el arrepentimiento, pero no podía obrar el arrepentimiento en ellos ni conferirles la
remisión. Así nos corresponde hablar elevadamente de Cristo y humildemente de nosotros mismos.
Juan no podía hacer más que bautizar con agua, como señal de que debían purificarse y limpiarse,
pero Cristo puede y quiere bautizar con el Espíritu Santo; Él puede dar el Espíritu para que limpie y
purifique el corazón, no sólo como el agua lava la inmundicia por fuera sino como el fuego limpia la
escoria interna y funde el metal para que sea echado en un nuevo molde. —Juan era un predicador
afectuoso; suplicaba; iba directo al corazón de sus oyentes. Era un predicador práctico: los
despertaba para cumplir con su deber y los dirigía hacia ellos. Era un predicador popular: se dirigía a
la gente según la capacidad de ellos. Era un predicador evangélico: en todas sus exhortaciones
guiaba a la gente a Cristo. Cuando presionamos a la gente con el deber, tenemos que guiarlos a
Cristo, por justicia y por fuerza. Fue un predicador copioso: no dejaba de declarar todo el consejo de
Dios, pero cuando estaba en la mitad de su vida útil, se le puso un repentino final a la predicación de
Juan. Siendo Herodes, por sus muchas maldades, reprobado por él, encarceló a Juan. Los que dañan
a los siervos fieles de Dios, agregan culpa más grande aun a sus otros pecados.