Vv. 11—15. ¡Qué maldad es la que los hombres no cometerán por amor al dinero! Aquí se dio
mucho dinero a los soldados por decir a sabiendas una mentira, pero muchos refunfuñan porque es
poco el dinero por decir lo que saben que es la verdad. Nunca dejemos morir una buena causa
cuando vemos a los malos tan generosamente sostenidos. Los sacerdotes se dedicaron a protegerse
de la espada de Pilato, pero no protegieron a los soldados de la espada de la justicia de Dios, que
pende sobre las cabezas de quienes aman y hacen una mentira. Prometen más de lo que pueden hacer
los que tratan de sacar inerme a un hombre que comete pecado voluntario. —Pero esta falsedad se
refuta a sí misma. Si todos los soldados hubieran estado dormidos, no hubieran podido saber lo que
pasó. Si alguno hubiera estado despierto, hubiera despertado a los otros e impedido el robo; si
hubieran estado dormidos, por cierto que nunca se hubieran atrevido a confesarlo; porque los
gobernantes judíos hubieran sido los primeros en pedir su castigo. De nuevo, si hubiera habido algo
de verdad en el informe, los dirigentes hubieran juzgado con severidad a los apóstoles por eso. El
todo muestra que la historia era falsa por completo. No debemos culpar de tales cosas a la debilidad
del entendimiento, sino a la maldad del corazón. Dios los dejó delatar su propio curso. —El gran
argumento para probar que Cristo es el Hijo de Dios es su resurrección; y nadie podía dar pruebas
más convincentes de la verdad que aquella de los soldados; pero ellos aceptaron el soborno para
impedir que otros creyeran. La evidencia más clara no afectará a los hombres, sin la obra del Espíritu
Santo.