Vv. 1—13. Las circunstancias de la parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres
nupciales de los judíos y explica el gran día de la venida de Cristo. Véase la naturaleza del
cristianismo. Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a la espera de su venida.
Los cristianos sinceros son las vírgenes prudentes, y los hipócritas son las necias. Son
verdaderamente sabios o necios los que así actúan en los asuntos de su alma. Muchos tienen una
lámpara de profesión en sus manos, pero en sus corazones no tienen el conocimiento sano ni la
resolución, que son necesarios para llevarlos a través de los servicios y las pruebas del estado
presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa por el Espíritu de Dios que
crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los hombres en buenas obras; pero no es probable que
esto se haga por mucho tiempo, a menos que haya un principio activo de fe en Cristo y amor por
nuestros hermanos en el corazón. —Todas cabecearon y se durmieron. La demora representa el
espacio entre la conversión verdadera o aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para
llevarlos por la muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de nuestra época,
no tardará más allá del tiempo debido. Las vírgenes sabias mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero
no se mantuvieron despiertas. Demasiados son los cristianos verdaderos que se vuelven remisos y un
grado de negligencia da lugar a otro. Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse;
por tanto tema el comienzo del deterioro espiritual. —Se oye un llamado sorprendente, Salid a
recibirle; es un llamado para los que están preparados. La noticia de la venida de Cristo y el llamado
a salir a recibirle, los despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte
tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados, 2 Pedro iii, 14. Será un día de
búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados entonces. —Algunas
llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no alcanzan la gracia verdadera
ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. Una profesión externa puede alumbrar a un
hombre en este mundo, pero las humedades del valle de sombra de muerte extinguirán su luz. Los
que no se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la muerte del justo. Pero los que
serán salvos deben tener gracia propia; y los que tienen más gracia no tienen nada que ahorrar. El
mejor necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige, en el lecho de enfermo, al
arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la muerte, viene el juicio, la obra es
deshecha, y el pobre pecador es deshecho para siempre. Esto viene de haber tenido que comprar
aceite cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y
únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el cielo aquí. Lo súbito de
la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces, no estorbará nuestra dicha si nos hemos
preparado. —La puerta fue cerrada. Muchos procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea
demasiado tarde. La vana confianza de los hipócritas los llevará lejos en las expectativas de
felicidad. La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al cristiano pero, procediendo sin
demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más fuerte; mientras la conducta del simple
profesante muestra que su lámpara se está apagando. Por tanto, velad, atended el asunto de vuestras
almas. Estad todo el día en el temor del Señor.